Saturday 30 August 2014

COCINA PARA EL ALMA


Los comienzos siempre han sido algo extraordinario. Por eso me gusta tanto el mes de septiembre, ya desde que era pequeña. Septiembre huele a libros de texto recién estrenados, al nuevo aula, al reencuentro con los compañeros. Es un mes que te entrega un cuaderno en blanco en el que puedes empezar a escribir: un inicio.

Comenzar es motivante, pero también puede ser duro y exigente. Tras una semana de tensión, ayer, viernes, al salir del trabajo, me hacía falta una de esas bebidas que te dan alas. La oficina es un tentador lugar de trabajo, pero también puede ser una jungla a la que no todo el mundo sobrevive.

Fue entonces cuando me acordé de un consejo de Dª Victoria Moreno, mi profesora de literatura:

-          Lo mejor contra la tristeza es un buen bocadillo de jamón.

Montada en la misma bicicleta con la que voy a trabajar por las mañanas, partí en busca de una Coca-Cola light y un cordon bleu con patatas y ensalada. Me tomé dos minutos para contemplar el plato cubierto por el cordon bleu, a su vez, semi cubierto por la guarnición. Para cuando terminé de comer ya se habían disipado todas mis preocupaciones. Es el poder de lo que entra en el estómago.

Con renovados ánimos, caminé con la bicicleta a un lado, escuchando la gaita de Susana Seivane, recordando tantas ocasiones en las que la comida ha sido nuestra excusa y nuestro punto de encuentro: aquella ocasión en la que mi amiga Christine Muhl me invitó a degustar una cena asiática preparada por ella y por Irisade en su piso de Frankfurt; las veces en que nos reuníamos en casa de Maite Bustamante, cuando estudiábamos Derecho; las veces en que nos hemos reunido en casa de Betina, por las noches, después del trabajo. Hay algo mágico en ese ritual de comer con y para los amigos; de reunirse en una cocina para organizar alguna celebración en la que, al final, siempre acaba por haber “demasiados” cocineros: conversando, discutiendo cualquier tema, picando de vez en cuando, arruinándose mútuamente los platos preparados (dos que echan sal; tres que no se ponen de acuerdo con la cantidad de jengibre).

Y hay algo curativo en lo que comemos, cuando lo comemos con ganas, en confianza, entre amigos. Ahora entiendo por qué los romanos usaban la comida para invocar a los muertos. Hay caldos que resucitan difuntos.



 

 
 
Copyright Luisa Fernández Baladrón

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LA VIDA EN LAS CALLES DE PALMA


Hoy he vuelto a ver a esa cantante de ópera que se sienta en la calle San Miguel. Unos sesenta y tantos muy tantos, pelo recogido, siempre sentada en un taburete y cantando La Traviata. Duele verla cantando en la calle, pero aun duele más si uno ya había visto hace diez años. En diez años, su voz ha menguado como diez veces. Supongo que es el tipo de vida que lleva. Aun así, no deja de impresionarme.

Me pregunto cómo llegó hasta ahí y cómo es el resto de su día. A veces, estar pidiendo en la calle es el resultado de la mala fortuna; otras es una opción de personas que no soportan una forma de vida más “regular” y “estricta”. Algunos de los que piden en la calle carecen de otra opción; otros tienen un piso alquilado a precio de risa y lo realquilan por habitaciones a precio de oro.

En Palma abundan las casas extrañas con gente aun más extraña; de esas en las que la señora sale a la puerta con el pantalón embutido y pinta de “chachi-remamita”. Son esas mismas que quieren que el inquilino se pase el día fuera de la casa y sólo venga estrictamente a dormir (un “piso con derecho a respiro”).

- “Buscamos persona tranquila, sin pareja, con trabajo, que se pase el día fuera de casa. No se permiten visitas.”
Hace unos años conocí a una chica que se dedicaba, precisamente, a estas dos labores: la de subagente inmobiliario y la de artista de paseo.

- Yo no obtengo lucro alguno – decía – porque yo necesito dos habitaciones de la casa para mi novio y para mí; con la alquiladas “sólo” obtengo lo necesario para pagar el piso y los gastos de agua y electricidad...
Así explicaba sus “escasos” no declarados rendimientos de capital mobiliario. Lo bueno del caso es que esta persona no tenía “papeles”: era ilegal. Sin embargo, tenía un alquiler a su nombre y una tarjeta de la Seguridad Social...

Ayer me la encontre por la calle: resulta que, además, está incursa en un proceso de selección para “encargada de mancebía”. También vende trufas y strudels en bares y restaurantes. Y, en las horas libres, da masajes en el piso de las habitaciones subarrendadas. Treinta euros la hora. Éste mes termina de pagar su piso en Francia.
Y, con ésto y un bizcocho... hasta mañana a las ocho.




 
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Thursday 28 August 2014

EL RESCATE

Eran casi las siete cuando llegué al Portixol subida a la bici con vestido formal y sandalias de tacón. Los demás estaban en el puerto, terminando las explicaciones teóricas; simulando un rescate “en seco”. En el suelo, Nacho, el monitor, metido en un kajak, con otra canoa sobre su regazo.

- No te cambies ahora: - me dijo - escucha esto atentamente: el kajak que rescatamos tiene que quedar con la popa hacia nuestra proa.

Y lo retiró hacia un lado, haciendo una tijera. Una de las compañeras, Nanda, se sentó sobre la popa del kajak “rescatado”, dando saltos hasta sentarse en la bañera. Lo mismo hicimos después los demás, por turnos.

Salimos rápido a navegar, a última hora de la tarde. En realidad, todos los demás podrían haber zarpado mucho antes, pero estaban haciendo tiempo, alargando la teoría de forma innecesaria. Todo para para darme a mí, que acababa de salir del trabajo, la oportunidad de seguir la última clase del curso. Nadie comentó nada al respecto, pero era evidente. Un detallazo por su parte.

Tanta fue la prisa por salir que cogí el kajak de otro por equivocación. Por fuera eran iguales. Pero dentro, cada uno estaba adaptado a una altura diferente.

- Tenemos que intercambiarlos cuando salgamos del puerto.

Paleamos con la proa hacia las olas. Fuera del puerto, la mitad saltó al mar, sin volcar el kajak, y la otra mitad ayudó a rescatar. Luego cambiamos los papeles. Después vino una prueba de supervivencia, dejando al kajak sólo, por un momento, al lado de las rocas. La guinda fue rescatar a Nacho, quien se subió al kajak diréctamente sobre la bañera, trepando por la proa de mi embarcación.

- Vaya cara de susto que tienes! - Me dijo, muerto de la risa.

Paleamos hacia el puerto, todos juntos, mientras caía la noche. Recogimos las canoas, las palas y chalecos. E hicimos planes para el siguiente curso, durante todo el año, los sábados en Portixol o los domingos en Santa Ponsa. Intercambiamos los teléfonos, las impresiones y los planes de futuro.

Y volvimos a casa, en bicicleta, con la ropa mojada y la mochila a la espalda.




 
 
 





 
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Wednesday 27 August 2014

LOS CAFÉS DE PALMA

Hoy he ido a dar un paseo al terminar el trabajo. Uno de esos del siglo XIX: pisando calles y doblando esquinas; sin meterme en ningún sitio en especial, saludando con la mano a los conocidos, deteniéndome a charlar en el camino, entorpeciendo el paso del resto de los transeuntes. Y  he comenzado a recordar los cafés de Palma; a buscarlos por los rincones de la zona vieja (dónde quedaba aquél...? Cómo se llamaba aquél otro...?).

Si algo abunda en Palma son los cafés. No me refiero a esos bares en los que se reúne la gente a tomar una tapa y una cerveza; tampoco a las terrazas de verano; ni siquiera a esos cafés presumidos, tipo Cappuccino o 1916. Me refiero a esos lugares en los que la lectura se mezcla con la conversación de los amigos: Sa Llotja, Café Lírico, Al Vent del Mon, Antiquari, Librería de Babel, Café des Teatre, Sa Botiga des Buffons. Lugares tranquilos, de candiles amarillos y mesas personalizadas; zonas de enorme respeto mútuo, en las que conviven nacionalidades, culturas, ideologías diversas. Lugares de encuentro para aquellos que tienen en común el gusto por los libros.

Los cafés son una de esas mil razones para enamorarse de Palma. Sólo conozco otra ciudad capaz de tener tantos: Viena. Allí el café se adorna con trozos de tarta y periódicos de todo el mundo, provisionalmente “encuadernados” en tablillas de madera que cuelgan de un perchero circular. Landtmann, Sperl, Korb, Leopold, Celsior... y mi favorito: el Café Museum, en el Operngasse. Mi amiga Lucia Pessot y yo nos hemos sentado alguna vez en una de esas mesas oscuras de madera.

Bajé la cuesta de la Pol, subí por el carrer d’Arabí; me detuve en Margarita Caimari. Con la luz ténue y amarilla de los faroles, reviviendo las épocas pontevedresas en que jugábamos a las canicas frente al edificio de Hacienda al salir de la clase de inglés. O aquellos años de Santiago, sentada en el Metate con mis amigas Mery y Betina; o con los amigos de la Escuela de Práctica Jurídica. Contemplándolos desde fuera, sin meterme en ninguno.

Entré en un centro comercial y me “probé” el “Eau de Rochas”, frente a la mirada fulminante de la dependienta, que ya me conoce casi de memoria. Saqué del bolso una botella de agua y me senté frente al comercio, aprovechando el frescor de la noche.

Y volví a casa pensando en la jornada de mañana.






 

 

 
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Tuesday 26 August 2014

UN DIA COMPLETO

Hace once minutos que debería haber salido al trabajo. Pero tengo mono de blog: de contar las peripecias del día y de leer los avatares de otros.

Ayer he ido a la central a hacerme la foto de la tarjeta de visita. He ido lo más temprano posible, para poder incorporarme a un curso sobre un software nuevo que están introduciendo ahora mismo. He realizado todo un despliegue de maniobras hacia adelante y hacia atrás para aparcar el coche en batería. Y eso que en la central tienen un montón de plazas de aparcamiento anchas como las camas de matrimonio de dos plazas y media. Dos compañeros estaban fumándose un cigarrillo antes de empezar el día (fue mucho antes de las nueve, por lo tanto, antes de la hora de entrada) y, los pobres, tenían una expresión de “lo-veo-y-no-lo-creo”. Eso sí, finalmente lo conseguí. Y me hicieron la foto muy temprano. Y pude llegar a tiempo al curso.

Ha sido tanta información nueva que, mezclada con la de ayer, ha formado un batido de fresa y chocolate. Hacia las dos no veía el momento de salir a despejarme. Llevaba una gran dosis de preocupación en el cuerpo, todo hay que decirlo. Pero me metí en el super y compré uno de esos refrescos que llevan la sonrisa incluida. Y me senté frente al puerto, mirando al mar. Un mar cerrado, tranquilo, relajante. Eso sí, lleno de manchas de aceite... pero relajante. El mar, no el aceite.

Me quedé bajo el sol. Un sol de justicia. De estos que vemos a menudo en Mallorca y que le caen tan mal a los dermatólogos y tan bien a la casa Coppertone. Cuando volví al trabajo, tenía las pilas cargadas. Empecé a preguntar “y ésto cómo...?” “y aquello, qué...? Y el motor interno comenzó a calentarse. A hacer ese rodaje que hacían antes los coches. De ese que le hacía llevar un cartel en la ventanilla trasera: “en rodaje”. Ahora ya no se ven esas cosas. Qué nostalgia de siglo veinte.

Me divertí resolviendo mis primeros dilemas. Y la tarde se fue deprisa.

Volví a Palma en el coche verde. Esta vez en menos tiempo y más segura del camino. Aparqué el coche en Portixol y llegué al curso de kajak, que ya estaba más que mediado. Cuando logré cambiarme de ropa, ya estaba entrando el último en el agua. Y entonces hice lo propio. Paleamos hasta el Molinar y estuvimos dándole la vuelta al kajak en la orilla, con los pies en la tierra, para aprender a vaciarlo. Y subiéndonos y bajándonos una y otra vez para hacerlo con soltura. Hasta ahora nos habíamos subido en el embarcadero, con el kajak en el agua y las manos en el puerto. Pero tocaba hacerlo en la playa.

Y, entonces, el monitor se percató de que estaba haciendo trampa.

-          No, no, no. Esa no es la forma. Aunque tu cuerpo te lo permita, eso es peligroso.

Cogió la proa de mi kajak con la mano y le dió la vuelta, arruinando de una vez por todas el escaso maquillaje que todavía no había perecido desde la mañana temprano. Empecé a pestañear con cara de Charlie Rivel.

-          Así no se te olvidará cómo tienes que subir correctamente – argumentó el monitor.

Cuando volvimos al puerto estaba anocheciendo. Es un lujo ver el atardecer desde el mar. Sentada en el kajak, paleando despacio; disfrutando de estar aquí en este momento. Hablando con los otros de kajak a kajak sin hacer gran esfuerzo.

Subimos las piragüas al puerto. Las colocamos en su sitio, dándoles la vuelta, para vaciar el agua. Y, mientras hacíamos estiramientos, acabó de hacerse de noche. Se oyeron planes de café después de la clase del jueves, la última del curso. E invitación para salir con “los mayores” el viernes por la tarde (lo veo difícil durante esta semana).

Me subí al coche y conduje hasta casa. Aparqué con un poco más de soltura. Y subi aprisa las escaleras, todo lo rápido que pude para abrir, una vez más, la puerta de la casa “Facebook” a tomar contacto con todos.

Monday 25 August 2014

MI PRIMER DIA DE TRABAJO

Hoy he tenido mi primer día en First Mallorca. Por fin algo serio y a tiempo completo. Toda ilusionada con un trabajo en el que hace falta hablar en otros idiomas y mucho más variado de lo que es habitual que, además, tendré que desempeñar en Palma. Es todo un lujo trabajar en la misma ciudad en la que se vive.

El caso es que, por ser el primer día, tenía que acercarme a la central en Costa d’en Blanes para firmar el contrato y para recibir formación. Dado que vendí mi coche antes de irme a Hamburgo, tuve que valerme del autobús. Todo iba bien hasta la firma del contrato. Fue entonces cuando la compañera que me había dado la documentación me comentó que la formación la tendria en Port Adriano. Ups.

-          ... Eeeees queee.... Yo no tengo coche.
-          Ah no? Y, cómo llegaste aquí?
-          ... Pueeees eeeeen... eeen autobús.
-          Y no tienes carné?
-          Sí, claro, carné sí.
-          Bueno! Pues llévate un coche de aquí. Hay varios. Llévate uno verde.

Me dió un documento en el que firmaba haber recibido el vehículo y me entregó una tarjeta rectangular de plástico negro. Me quedé mirando la tarjeta con los ojos de un Paco Martínez Soria recién llegado a la capital. Qué grande es esto.

-          ... Y... La llave? Está dentro del coche?
-          (Con mirada de interrogación). Nnnnno: la llave es ésto.
-          Aaaaaah!... Y... Cómo funciona?
-          Muy sencillo: la metes aquí y le das al botón de “start”.
-          (Con interrogación interna, intentando que no se notase demasiado). Vale!

Me metí en el coche, adapté el asiento y los espejos, metí la tarjeta y le dí al botón de “start”. Y empecé a buscar la marcha atrás. Así no. Así tampoco. Así no, no. Así tampoco. Finalmente, tragué dos veces y volví a la oficina.

-          Alguien me puede explicar cómo se mete la marcha atrás en este coche?

Una compañera salió y me explicó que tenía que llevarla hacia arriba y hacia adelante. Me encaminé a Port Adriano como niño con zapatos nuevos. Ha sido un día intenso, como suele ocurrir con los comienzos, con mucha información junta y toda la motivación posible. Mañana vuelve a haber formación, y así estaremos durante toda la semana. Así que me han dejado el coche hasta el viernes.

He vuelto a Palma conduciendo, más contenta que Óscar. Y, al volver, he lavado el coche en un BP. Ya que han tenido el detalle, vamos a cuidarlo bien.

Y, al aparcarlo, me he quedado mirándolo. Y hasta le he hecho una foto, que no os enseño, porque no estoy autorizada para enseñar las fotos de los niños pequeños. Y caminé hasta casa con la misma sensación con la que bajaba 26 de marzo cuando tenía catorce: feliz, feliz, feliz.  








 
 

 
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Friday 22 August 2014

PALEANDO EN EL PORTIXOL

 

 
Ayer tuve la segunda clase en la federación. Esta vez con una piragua cerrada. No era la primera vez en que me subía a una. Johannes había comprado dos en agosto de 2009 y, en su momento, fuimos unas cuantas veces a Colonia San Pere, a Cala Falcó, a Pollensa y a Malpás. Incluso, en una ocasión, nos acercamos a La Dragonera. Sólo que, cuando estaba empezando a dar la vuelta, los gritos de Johannes eran peores que los de mi madre:


-          Luisaaaa! Vuelveee! Si te pasa algo, ¿qué le voy a contar a tu madreeee?


El mar estaba bastante agitado, hay que decirlo. Y también que, cuando llegamos otra vez a la playa, la piragua tenía agua hasta la mitad.


Cuando salimos del puerto ayer por la tarde había oleaje. No podría decirte cuánto en términos técnicos, aunque, si medimos las olas por palmos, fácilmente habrían tenido tres o cuatro. Con el monitor delante, subido en la Zodiac, uno tiene la sensación de seguridad. No obstante, él mismo se encargo de hacer hincapié en que había un riesgo y en la importancia de seguir ciertas pautas. Tras la clase teórica, estuvimos haciendo maniobras sencillas: vete hacia aquí o hacia allá... giro... atrás izquierda, etc.


A medida que Nacho nos iba comentando pautas de seguridad me iba dando cuenta de hasta qué punto he estado saliendo al mar desde hace tiempo estilo “Caperucita” (tra-la-lá). Cuando se ignora el peligro no se tiene miedo.... pero pueden producirse accidentes.


Nos acercamos hasta una cala y volvimos, con el monitor dando instrucciones desde la Zodiac:

-          Lejos de los bañistas y de los pescadores!

Alguno se acercó a nosotros a propósito para preguntarnos a gritos “dónde se podía alquilar una”. Una señora nos preguntó si había cursos para niños.

Y, al volver, con las olas de popa, el Portixol de frente, corrigiendo el trayecto cada dos o tres paladas, vimos caer el sol desde la piragua. El agua brillante, el horizonte rojo, el mar tragándose al sol y el pensamiento centrado en palear fuerte y recto. El Portixol tiene un toque zen cuando se ve desde el mar.

 
 

 



 

 
Copyright Luisa Fernández Baladrón

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