Ayer, cuando los niños aun no habían llegado y el ordenador estaba ya
abierto, llegó el cuarto. Oí una voz que venía del pasillo. Un lento inglés con
acento sin origen genuino, en el que tiemblan en exceso las silbantes.
Por un momento pensé que había decidido proponerme algo nuevo.
-
Ya.
Porque, a vezzzzezzz confundezzzz los dos idiomazzz. Probablemente estás cansada...
canzzzzaaaaadaaaa. ¿Ezzzztás dando muchas clases, verdad? Sí, sí, ya zzzze vé
en tu cara. Tienes muuuuuy mal aspecto. Muuuuy mal aspecto. Deberrrríazzz rrrrrecapacitarrrrr.
Sino, vas a afectar a tu zzzzalud.
Dos ojos fríos fijaron su mirada en la víctima, mientras el sonido de las
eses intentaba adormecer la consciencia.
-
Eres
feeeeeaaaa. Eres feeeeeeaaaa. Estás cansaaaada. Cansaaaada. Dueeeerme,
dueeeeermeee... Jaaaa, ja, ja, ja! Jaaaa, ja, ja, ja!
Tras aquella cara anciana zurcida por el bisturí de un titubeante cirujano
estético y aquellos brazos flácidos y colgantes, testigo de la verdadera edad
de su propietario, la voz metálica del dios del dinero. Se acercó, caminando con un sonido estridente
de los que causan horror entre los niños.
-
Iiiiiiiiiii
– Maaaal azzzpectooooo. Tienes mal aspeeeecto.
Fue entonces cuando vi un tentáculo saliendo de su ojo derecho. No era el
garfio del Doctor Octopus, sino el palpo de Piedniadze, a quien no gustan los viejos
ni los feos. Piednieadze sólo come de la carne de jóvenes y niños, de la
energía de los trabajadores esforzados y del aspecto de los más bellos. Él es
quien causa las guerras en oriente próximo para poder vender las armas que
fabrica y quien provoca los abortos en Ruanda para reunir el ácido hialurónico
con el que desdibujar sus arrugas.
Lo veo acercarse e, instintivamente, doy pasos hacia atrás, hasta quedar
atrapada entre Piedniadze y la pared. Horror, pavor, furor. No ha habido tiempo
de ponerse a cubierto. Sigue avanzando y ya no hay espacio hacia el que huir.
Pienso en los niños que ya entran en la escuela. Hay que prevenirlos; hay que
buscar la ayuda de otros que estén dispuestos a prestarla. El corazón palpita a
lo patata frita. El tiempo se acaba, pero aun seguimos aquí, dispuestos a
seguir luchando. No te acerques. Ni un paso más.
Pero ya es demasiado tarde: Piedniadze ha dado el paso último y definitivo, en un anticipo de la noche de Halloween.
-Justiciero de la bicicletaaaa! Justiciero de la bicicletaaa! Ayudanooooos,
por favooooor!
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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