Friday 16 January 2015

AGRADABLES CAMARADAS

Ayer fue un día de retos. El mayor de todos, presenciar cómo varias compañeras de la academia intentaban hacer mobbing a una tercera. La principal agresora (una señora de casi sesenta, con la melena canosa y el cuerpo torpe) se acercaba a la agredida con la cabeza ladeada, mirando de frente a su víctima mientras le decía repetidas veces:
                                          

-          Hello! Bye-bye!... Hello! Bye-bye!... Hello! Bye-bye!... Hello! Bye-bye!...

El grupito de apoyo, formado por otras dos, también del sexo femenino, gritaba a aire: “Speak more nice ladyyyyyyyy...”

Me llamó extremadamente la atención el comportamiento adolescente de unas señoras tan maduras. Me pregunto si el contacto asiduo con los quinceañeros tiene algo que ver en el juvenil comportamiento. Quizá han pensado las amables damiselas que volver al planteamiento de la pre-pubertad sería una cura barata de rejuvenecimiento. Lamentablemente, si quieres borrar arrugas tienes que estar dispuesto a pagar ácido hialurónico. Ya que, para desgracia de la coquetería femenina, lo que nunca nos devolverá una conducta adolescente es una cara lisa y tersa, ni un cabello fabuloso ni una mirada brillante. Ni la falta de madurez mental podrá limpiar nuestras arterias del exceso de colesterol.

Llamé a una amiga colombiana, de esas que tienen mucho ritmo y mucha marcha, e invité a la tercera de la historia a tomarse una clara con nosotras. Estaban televisando el fútbol y el ambiente estaba a tope en todas las cafeterías. Nos reímos y hablamos de todo y de nada. Sobre todo, de nada que tuviese que ver con las maravillosas camaradas. Y, de vuelta a casa, esta vez sin bicicleta, mi amiga me devolvió un caballete y un cuadro de un repollo a medio terminar que había dejado en su casa en mi último periplo por Hamburgo. Es estupendo tener amigos que nos hagan olvidar a los frustrados solitarios.

Como diría un paisano: “Que vivan los chismosos, que cada día nos vuelven más famosos.”


 
 
 

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Saturday 10 January 2015

LA PROVIDENCIA


El jueves me llevé un sustazo. En la clase de adultos, el portátil se quedó con la pantalla en negro. Podía entrar normalmente, pero inmediatamente después... nada. Sólo el cursor de aquí para allá, haciendo de las suyas. Puff! Avería en cuesta de enero. Apagué el aparato y le recé a todos los santos y en todos los idiomas.

Una parte de mí me recordaba que existía la providencia. La otra se compró en el Mercadona un paquete de dos libras de chocolate que se zampó con ahínco mientras conducía la bicicleta en dirección al repara-ordenatas. Tranquila, todo va a ir bien. Con los dientes activos y la boca repleta del sabor dulzón de la manteca de cacao. Incluso me bajé de la bicicleta y la lleve durante un rato a mi lado para poder abrir una lata de cola que acompañase al chocolate. Los adictos sabemos muy bien que la combinación choco-cola es un bombazo mortal.

Calma, que hay solución. Con el ordenador a la espalda, bajando la mochila de vez en cuando para cortar otro par de onzas. Parando y apoyando la bicicleta en cada ocasión. Hasta que acabé por coger diréctamente la tableta y quedármela en la mano para ir consumiendo. Pero entonces me faltaban apéndices y tuve que introducir la lata en uno de los bolsillos de la parca. Horror de los horrores: la cola inundó el bolsillo con el vaivén de las caderas.

Y así, con la serenidad que da creer en la providencia... y la bici a un lado, el ordenador a la espalda, el chocolate en la mano, la boca llena de dulce, la expresión cambiada por efecto del chute de azúcar y la parca manchada de cola, entré en el taller de los elfos.

-          Mam ogdenadaam nom funcionaaam – todavía con la boca repleta.

Y ahí vino el toque de varita mágica. Tardó unos veinte minutos repararlo y lo mejor de todo es que el ordenador aún estaba en garantía y la actualización estaba cubierta.

Por la tarde volví a ponerme el portátil a la espalda. Esta vez para ir a domicilio, con muchas fotos y grabaciones. Fue una clase estupenda para chicas motivadas sobre el caballero más querido: Don Dinero.

Y al volver, tarareando la canción que había introducido la clase, algo me recordó el chocolate. La providencia existe... y también la indigestión.


 


 


 

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