Saturday 13 August 2016

GRACIAS POR SU COMPRA



Lo confieso: me gustan los supermercados. La sección de frutas, la verdura, los yogures y el estante de los chocolates. Pero lo que más me gusta de ellos es la línea de caja. Una señora sonriente que pasa los productos y abre las bolsas con sorprendente rapidez. Uno pone la barra separadora y espera su turno con paciencia. “Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo te va?” Y la cajera contesta con sonrisa mientras despliega una bolsa, teclea en la máquina, escanea los productos, cuenta los billetes, cierra un frasquito y aprieta un botón. En Palma tengo incluso mi autoservicio favorito: una tienda de expertos competentes con un ambiente estupendo y la expresión nívea y brillante.

Últimamente, sin embargo, la situación está cambiando. Es lo que tiene la política, que se extiende con más facilidad que la clamidia. Señoritas impacientes que se expresan en idiomas de su tierra, encaprichándose en mostrar su repudio hacia la lengua del cliente. “Por favor, ¿podría repetirlo en castellano?” Y te miran con cara de asco, señalando hacia el letrero de la caja en el que oscilan en verde los números de la cuenta.

Tornas al piso con el espray de palurdo rociado sobre los hombros, ideando algún medio alternativo para comprar en el futuro.

Lo favorable del caso es que, al tiempo en que la infección se propaga, los grandes centros comerciales ya han empezado a ofrecer el cajero mecánico. Alcampo, Carrefour, Buenavista y Polamax. Desde el año pasado, la novedad también se ofrece en el Corte Inglés de la calle Aragón. En el lugar que antes ocupaba una sola línea de caja se han montado seis cajeros de autoservicio. Las banderitas variadas indican el idioma del cliente: Junto a los varios oficiales de la patria, nuestra grisácea cobradora habla inglés, alemán, francés, ruso, checo, chino, árabe y sueco. “POR FAVOR, escanee su producto”; “POR FAVOR, deposite el producto”.

A nuestra nueva operaria no le importa el número de monedas con las que cubras el importe de tu compra. Puedes incluso introducir cincuenta euros en monedas de céntimo: la maquinal trabajadora anotará con paciente eficacia el importe introducido, recordando al cliente la diferencia entre éste y el precio. Puedes pagar un euro con billete de quinientos: la máquina devolverá los cuatrocientos noventa y nueve sin calderilla, con dos billetes de doscientos, uno de cincuenta, dos de veinte, uno de cinco y dos monedas de dos euros. Terminada la faena, la cajera mecánica se despide del cliente: GRACIAS por utilizar nuestro servicio.

Semejante nivel de satisfacción ha provocado en ésta que consume nuevas exigencias. Quiero un cajero con voz grave y tono bajo, tracto vocal grande y resultado tonal vibrante. Un cajero de nombre Héctor que te llame por tu nombre y te recuerde los días que hace que no visitas la tienda. “BUENOS DÍAS SEÑORA PÉREZ: nos complace verla otra vez por aquí”.

Por veinte céntimos más, trato amoldado al cliente, en el que Héctor nos recuerda lo bien que nos sienta el vestido y nos desea un buen fin de semana.

Un abrazo desde Palma.






Copyright Luisa Fernández Baladrón

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Tuesday 9 August 2016

LAS PATRULLAS URBANAS



Tengo una amiga con ciertos problemas de socialización que le impiden tener un trabajo constante y, en consecuencia, una vida normal. En internet se anuncian a menudo magos, brujos, coachers y loqueros a los que nuestra amiga ha acudido siempre que su situación financiera se lo ha permitido, aunque, hasta ahora, nunca había tenido demasiado éxito.

Hace poco, la colega volvió a quedarse sin empleo, como siempre debido a su dudosa capacidad de relación con otros de su género. Fue entonces cuando, buscando y rebuscando alguna poción, descubrió el video de una mujer muy conocida por su capacidad de sanación de problemas. En el blog de la sanadora se anunciaba un curso gratuito de varios días que tendría lugar a principios de agosto en Vila Nova de Cacela, en pleno Algarve portugués. Portugal está ahora en temporada alta y los hoteles por las nubes. Así que nuestra ya popular misántropa, obcecada en solucionar su problema social, decidió partir mochila a la espalda, dispuesta a hacer noche en la playa. Más aun: dado que los billetes a Faro estaban agotados, partió con día y medio de margen para poder hacer autostop al llegar a Lisboa.

Y hete aquí que, tras ciertas peripecias y con cuarenta grados a la espalda, la compañera pisaba Manta Rota, soberbia playa del sur luso. Hacia las nueve y media y con el cielo casi oscuro y un par de familias en la playa, entró el coche escoba. Pronto, nuestra colega era la única que quedaba en la playa. Fue en aquél momento cuando se encendieron las luces frontales del chiringuito y la música del coche escoba comenzó a aumentar de volumen, mientras el conductor avisaba por micrófono a otras personas del pueblo. Los paisanos fueron regresando a la playa poco a poco, como llamados por un sonido extraterrestre: parejas, amigos, familias con niños. Pero esta vez no venían con toallas ni con cestas, sino con linternas. Los voluntarios bajaban hasta la orilla de la playa, revisaban con las linternas en el interior de toilettes, vestuarios y duchas, y enfocaban finalmente a la extranjera que aun estaba en la playa.
Las linternas aumentaban y también el volumen de la música y del altavoz que alertaba al resto de los paisanos, pero nuestra querida chiflada seguía allí, en la playa; algo obstinada, aunque dispuesta a marcharse si alguien se lo pedía. Hasta que comenzaron a oírse los ladridos de los perros. Primero uno; luego otro. En poco tiempo, una jauría. Y nuestra amiga decidió que su mal social no era tan grave como para llegar a la psicopatía, y que más valía recoger la mochila, encender la luz del móvil, que no funcionaba en Portugal a falta de roaming, y salir suavemente para evitar la eventual tarascada perruna.

Inmediatamente se apagaron las luces del chiringuito, el coche escoba, la música y el altavoz. Y los paisanos volvieron a sus casas, dejando la playa totalmente vacía.

Por cierto: los únicos perros que de verdad pudo ver nuestra amiga fueron un boloñés, un frisé, un salchicha y el can gemelo de “Coraje”, famoso perro cobarde de la ancianita Murriel. Los espantosos ladridos estaban grabados.

Un abrazo desde Palma. En la foto, una cala de Mallorca. Sin patrullas, pero igualmente impecable.






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Monday 4 July 2016

ENCUENTRO INESPERADO







Frido corrió la cortina de la ducha para limpiar el desagüe. Una mujer delgada, pálida, con un moño raro en la cabeza, estaba allí, de pie, sobre el plato de la ducha.

¿Qué haces aquí?

No, qué haces TÚ aquí. Éste es el vestuario de señoras.

Se enrolló la toalla a las caderas, sobre la ropa interior, con aquél sujetador minúsculo anudado a la espalda: rancio, viejo, cedido. Hacía años que el cierre se había soltado del todo en un viaje por la máquina lavadora. Se miró las chancletas antes de salir, completamente secas.

¿Siempre te duchas sin agua? – preguntó Frido.

Ella se había metido en la ducha para poder cantar a gusto. Caro nome. Se imaginaba que nadie la oiría. Eran las tres y el vestuario estaba vacío. Era la hora anodina en la que Frido hacía la limpieza.
Ella hablaba sin parar. Él la miraba con curiosidad desde su ropa negra, mientras enrollaba el cable. Con aquél jersey de cuello, a pesar del calor. La luz entraba directamente por la claraboya. Justo en medio, los banquillos oscuros con percheros. En el suelo, alfombrillas azules de plástico. Ella estaba al otro lado de los bancos, frente al espejo.

Esa falda transparenta.

Se lleva así.

Pues le hace falta una combinación.

Se puso los zuecos y la camiseta rosa mientras seguía hablando. Sus historias de otros mundos mecían de un modo extraño el rutinario trabajo de Frido. Se quedó en el vestuario hasta que notó que estaba oscureciendo.

Nos vemos mañana.

La vio marcharse. No se atrevió a decirle nada. Ella bajó las escaleras y se fue.

La tía rara, la nueva. La de los zuecos y la falda.

Nadie había visto a la nueva, ni a sus zuecos, ni a su falda. Nadie, salvo Frido.

Vendrá mañana, ya verás. Vendrá mañana y la verás. Vendrá mañana...

Se asomó a la puerta, como llamando al día siguiente. “Vendrá mañana. Vendrá mañana...”

Volvió quince años después.





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Saturday 2 July 2016

EL REENCUENTRO




Pues así es. Hace un año, después de una clase difícil y algo más cansada que de costumbre, deje una bici aparcada en la calle, atada a un poste y con la intención de bajar más tarde a por ella.  Aquella fue la última vez en que vi a mi dos-ruedas negra. Fue así como empezó una historia de rastreo y desengaño, buscando a mi negra compañera por las calles y tiendas  de ocasión, poniendo carteles por internet y ocupando ilegalmente la vía pública con octavillas, hasta que la di definitivamente por perdida, pasé mi luto por la compadre que ya nunca volvería y me compré una bici nueva, intentando olvidarme de los hechos.

Hace poco, un jueves recién salida del trabajo, cabizbaja y con la mente  llena de cuadrix, me dispuse a darme un homenaje a base de bizcochos del Corte Inglés. Acababa de atar mi nueva bici al aparcamiento de Jaime III, cuando me llamó la atención la pintura de un velocípedo negro.

 “Mírala ella, qué flamante”- me dije – “eso sí que es una mano de pintura”.

Hubo un segundo extraño, mezcla de reflexión y de reencuentro. Ya estaba dándome la vuelta, cuando el subconsciente me llamó a gritos: “¿No te suena? ¿Si me suena? Que si te suena. ¿Es… la mía? Es la tuya ¿Es la mííía? Eeees la tuya. Es la mía! Es la mía!”

Rápidamente comencé a reconocerla más de cerca. La misma Colluer, el mismo timbre, el mismo sillín original, especial para mujeres...

(¿El original??)

 Este detalle me confundió un poco. Hacía más de dos años que el sillín de mi bici había dejado de ser el original. Alguien le había robado el sillín mientras estaba aparcada en la Plaza de España. Me llevó casi cuatro meses encontrar un sillín compatible con la tija de aquella bici, mucho más ancha que la de otras bicicletas.

Así que no podía ser mi biciclo… Pero, se parecía tanto… Los mismos puños, las mismas manetas, la misma dirección, el mismo cuadro… hasta los accesorios eran iguales… Y los frenos… pero si le falta un freno! ¿Quién lleva una bicicleta como ésta sin un freno? Y ¿Qué cojines es esa cadena… de eslabones de establo?  ¿Quién protege una bici con esta cadena… del año del perolo? Y el candado… un candado de taquilla de gimnasio… y nuevo… y ese que está en el suelo es igualito… y también está nuevo… ¿Quéeee? El del suelo es igual a éste… Pero, el sillín es el original… ¿BI 1339? “Qué curioso que tenga tanto parecido”

Fue entonces cuando recordé que una vez, buscando a mi antigua camarada de aventuras, había subido unas cuantas fotos a Facebook y Google, y en algunas aparecía el número de serie de mi ex velocípedo. Suerte que tengo internet en el móvil.  Pero… uf! Qué mal se ven las fotos desde un Samsung Mini… Y con la luz del día sobre la foto… Claro que podría haberlas revisado a gusto si me hubiese ido a mi casa, pero no quería irme de allí hasta verle la cara al dueño de la bici.
“Quiero ver quién se sube a ese sillín. De aquí no me muevo. Del barco de Chanquete, no nos moverán… Noooo, noooo, no nos moverán… “

Mi Dos-Ruedas-Colluer había sido el regalo, “illo tempore”, de un amigo que tiene por costumbre guardar todas las facturas. Seguro que podía encontrar el número de serie. BI 1339. Ya había comenzado a entablar conversación con mi amigo, cuando se me acercó un sujeto que iba a echarle la mano a la bici.

-          ¿Es suya esta bicicleta? – Le pregunté.

El tipo no decía ni sí ni no, pero alargó el brazo para tapar el freno que faltaba y empezó a enrollar el cable suelto de la cincha inexistente alrededor del tubo de dirección. Como ido, el pobre. Entonces golpeó mi pituitaria el efluvio del sujeto, que ahora estaba algo más cerca. Un ligero movimiento convirtió el efluvio en vaho… tufo… hedor… y hasta en pestazo! Vade retro! Qué hace en Palma este individuo del aroma de Patrix? A la casba con la peste!

Y vaya roña entre las bielas, el plato y los pedales. Medio kilo de polvo metido en los piñones y el cambio trasero.

-        -   ¿Es suya esta bicicleta? – Insistí.

-      -     Eehhh… noee…

El tipo no dejaba de toquetear el freno. Venga a enrollar el cable en el telescopio. Y qué sucio estaba el telescopio!

-          - No, claro que no! Porque esta bicicleta es mía! Es la que me robaron el año pasado!

-        -   Pues, si tiene pruebas… ¿por qué no llama a la policía?

-       -  En eso estamos (dije con la boca pequeña, mientras miraba con asco el estado de los frenos, la cadena, el plato… y la mugre que cubría las llantas y el cuadro).
Así que “Pestazo” se fue a buscar a la poli, que apareció a caballo, mirando hacia abajo, condescendiente, desde las alturas. Como en una película de la poli montada del Canadá. (Hiiiiii! – relinchó el caballo… por dentro…)

-      -     Ya nos han contado lo ocurrido (léase con gesto de poli montado a caballo).

    -    Sí, pero estoy llamando a un amigo para que me confirme el número de serie.

-     - De acuerdo. Esperaremos aquí al lado, hasta que lo ratifique.

Lamentablemente, mi amigo me dio un número equivocado, que ni era el de serie ni se parecía en nada al que lucía sobre la bici. Así que me tocó decirle al jinete que la serie era otra.

Me marché a casa, trastocada, sobre mi nuevo “Ferrari”.

Pero al llegar a casa recordé la sesión de fotos con mi amigo Andreu, el fotógrafo de Magenta, con el que Dos-Ruedas-Colluer, Mónica, Juan y yo habíamos pasado una mañana estupenda en una mágica sesión de fotos. Y en las fotos, de una definición enorme, se veía claramente el número BI 1339.

Corrí hacia Jaime III todo lo aprisa que me dieron las piernas, pero mi dos ruedas ya no estaba.

-       -    Jo, lo siento – dijo mi amigo Andreu.

Por un segundo volvieron las exequias de la antigua bici negra. Pero luego recordé el estado del cuadro y de las bielas, el kilo de polvo que cubría la cadena y el aroma de Pestazo. Y miré a mi Dos-Ruedas-Roja, mi nuevo Ferrari, que ya se ha convertido en mi nueva compañera de aventuras. Y me alegré de que la antigua haya servido de algo a una persona que, dejando aparte el aroma, ha demostrado ser, por lo menos, amable.


Por cierto, si alguna vez se me ocurre volver a atar mi bici a una señal de tráfico, procuraré colgar de la maneta una pastilla de jabón. 




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Monday 28 March 2016

¿QUÉ LE PASA A LA MEMORIA?



Hace tres años tuve la ocasión de recordar algo que había ocurrido hacía más de diez. El suceso se había quedado totalmente “traspapelado” en los confines de la memoria: fue una simple canción la que sacó el hecho de nuevo a la luz. Era tan extraño, que decidí comentarlo con una de las pocas personas que, según mi recuerdo, estaba presente. Curiosamente, esta persona no se acordaba de nada. Pero, fíjate lo que son las cosas, hace un par de días otro testigo corroboró los hechos. Nos habíamos olvidado.

Llevamos unos años de corriente positiva, de pensamiento puro y limpio, de mirar hacia otro lado cuando observamos lo impertinente. Y de tanto repetir el mantra hemos duchado el recuerdo.

Algo así debe estarle pasando a la clase política y, por ende, a todos nosotros, ciudadanos de a pie y en edad de votar. Sólo ésto explica que ahora se nos de por tontear con los terroristas. Hasta el colmo de quitarle la ayuda a los más necesitados para dársela a familias de revolucionarios.

Pellízcame para saber si estoy despierta: condenan el terrorismo de Bélgica porque ha afectado a civiles. Pos estamos de acuerdo y se agradessse la finessa Bernardo, como diría “Les Luthiers”. Pero esas víctimas civiles que recuerdan mis sesos ¿son el producto de otra creación autogénica?

La sociedad encanece: nos está fallando la memoria.

A este paso sólo me falta ver como Irene Villa les hace entrega del Nobel de la Paz.




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Saturday 19 March 2016

VUELVE EL SOL





Hoy ha vuelto a salir el sol en Mallorca. Tras dos semanas de charcos, frío y lluvia. Al fin se ha terminado: da gusto ver este cielo de Palma.

El mal tiempo comenzó hace unos días, coincidiendo con mi nueva situación laboral. El suceso me dejó con un humor terrible, que hizo salir de mis propias tinieblas a ese personaje que todos llevamos dentro: ese al que los alemanes llaman nuestro “cerdo-perro” interior. Cuando Cerdoperro sale de su guarida, sólo hay algo peor que no encontrar a nadie que te aguante: tener que soportarse a uno mismo.

La verdad es que una tiene un lado irreverente, porque entra desde el primer día en cualquier oficina intentando convencer de que hay un método mejor para cada cosa, ordenar lo que está en desorden, o buscar la respuesta más correcta. Y los listillos molestan más que un hijo loco con sarna.

Así que los últimos días ha tocado hurgarse en la conciencia. Tanto, que ha llovido más por dentro que por fuera. Y ya empezábamos a pensar que no había remedio, cuando hemos tocado fondo. Pero, ¿de verdad hay que callarse los errores para no hacerse el listo y dejar que los encuentre la competencia? Sorry, no es mi estilo. Se siente. Punto pelota.

Ahora toca volver a ser autónomo, que es lo más coherente con el carácter de la que suscribe.

En la foto, en la excursión del domingo. Un grupo variado por origen, cultura, edad y creencia, pero con un punto en común: son todos fantásticos.





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Wednesday 27 January 2016

LA MEJOR COMPAÑÍA




Una alumnita de seis años me ha preguntado si tenía hijos. “¿Ni un novio? ¿Ni un perrito? ¿Vives sola, sola, sola? ¿No te sientes muy solita?”

Lo cierto es que nunca me he sentido más acompañada que entre las paredes de este piso. Asistida de la libertad de hacer, de escribir, de leer, de pintar, de hablar con todo el mundo a través del ordenador o del teléfono. Sin la limitación de tener que explicar en cada momento cada detalle pretendidamente extraño. Como tomar té a todas horas o desayunar tortilla de patatas. Dormir con la puerta de la habitación abierta y sin haber conectado el despertador; despertarse cuando comienza a hacerse de día. Enrollarse en una manta al salir de la cama. Disfrutar de la ducha caliente. Estudiar o escribir hasta tarde; pintar maragatos. Recibir a unos amigos en casa; leer juntos un libro y hablar hasta tarde. Atar la bici a la puerta. Reírse como un adolescente. Mantener una conversación por teléfono sin pensar a quién molesta. Es asombrosa la calidez de esa compañía hecha de lápices, libros, ordenador, té y calefacción.

Abandono es el que se siente en la corte, cuando la comitiva no es la más adecuada. En compañía de esos que consideran cada una de nuestras decisiones un síntoma de locura. Con ese amigo que te aconseja un psiquiatra porque has vuelto a cambiar de trabajo. Él, que ha desempeñado más de treinta en su vida laboral. Él que se ha casado y divorciado y vuelto a casar. Él que no visita a los hijos de su primer matrimonio y se emperra en tener hijos del segundo por adopción.

Soledad es la diferencia por razón de origen o de raza o de posición social. Es ese chiste sin gracia sobre los nacidos en qué se yo qué sitio. Es ese novio que te dice que, en el fondo, sigue enamorado de una chica de quince años a la que nunca se atrevió a declararse hace más de treinta. Es ese colega que te hace dudar sobre tu capacidad en el trabajo; ese jefe que aprovecha su posición para vengarse de la pesadumbre que pasó en su propia infancia. Es ese perro al que la dirección de una escuela admite un día en un aula y que decide orinarse justamente en tu zapato.

Pero en mi casa, en estos cuatro muros, con una taza que huele a frambuesa y los pies enfundados en zapatillas; un folio en blanco y una caja de colores; en mi silla, con mi música y con mis libros no hay soledad, sino sentido de pertenencia.




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VAMOS AL PUEBLO



 

Un amigo me ha pedido que lo acompañe a la fiesta de un pueblo cercano. Hace año y medio trabajó para una academia ubicada en ese lugar. Estaba encantado con el empleo, pero encontró otro que creyó más estable y se despidió de la escuela.

Desde entonces, mi amigo no volvió a pasearse por el pueblo. Cosas del mundo actual, que apenas deja tiempo libre. Pero las rebajas de enero obraron el milagro de atraer a los antiguos alumnos a la capital. Y es así como, hace un par de semanas, el compañero se encontró por la calle a una ex-alumna a la que no veía desde entonces. La ex-alumna, visiblemente preocupada, le preguntó por su salud.

Días más tarde coincidió en otro lugar con otra antigua estudiante. También ésta le preguntó qué tal le iba con su enfermedad. Esta vez, sin embargo, mi amigo recibió una aclaración más detallada. Al parecer, cuando se despidió de la academia, la directora comunicó a todos sus alumnos que el profesor había tenido que abandonar sus labores debido problemas psíquicos que le habían obligado a volver a su tierra natal para recibir cuidados maternos.

La historia está llena de rumores sin fundamento. Y, si bien los famosos están más expuestos a la calumnia, también los más humildes pueden acabar por ser objeto de ella. Quién no conoce en nuestro país el crimen de Cuenca, en el que Gregorio Valero y León Sánchez son injustamente acusados (y encarcelados) por el asesinato de un pastor de ovejas. La verdad saldría finalmente a la luz a primeros de 1926, cuando la presunta víctima (que estaba vivita y coleando) envió una carta al párroco solicitando un certificado con el que poder contraer matrimonio.

Mi amiga ha decidido presentarse en las próximas fiestas del pueblo ataviada con sus mejores galas y acompañada de sus amigos más marchosos.





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LA MAGIA DE LA FARMACIA




Pero qué razón tenías Antonio Ontiveros! Fue hace unos días, a propósito de la carta a Papá Noel:

A nadie le amarga un dulce, pero cuando te duele algo solo piensas en estar bueno.”


En la noche de la primera a la segunda Navidad una infección de oídos me hizo recordar lo que es el dolor y para que sirven las medicinas. En cuanto el farmacéutico puso los medicamentos en mi mano me faltó tiempo para correr a casa a engullir ración con la ansiedad del mayor adicto. Me quede dormida, arropada en cienmil mantas y recuperando todo el sueño que había perdido desde la noche.

Y al despertarme el dolor había pasado. Habría besado los pies del que inventó los calmantes y hasta el inmundo guardapolvo del primero que machacó la fórmula en un mortero.

Mi mayor agradecimiento a todos estos que dejan sus horas y sus días en la búsqueda de un remedio frente a la dolencia. La avaricia de los grandes laboratorios farmacéuticos empaña con frecuencia su trabajo. Pero el negocio y la vocación todavía son cosas diferentes.




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LA BANDA DEL JUSTICIERO



Termina una semana difícil.

El sábado pasado fui a dar clase a Sa Vileta en bici y el frío me caló hasta los pulmones. Así que el lunes ya estaba en marcha el resfriado. Hacía VEINTE años que no tenía uno. Y con ese trancazo y la nariz congestionada fui haciendo frente a las clases.

En la última lección del lunes (una particular a una chica de quince años) irrumpió el moreno y extranjero padrastro veintisieteañero, propinando lindezas y exigiendo que se le explicase por qué la quinceañera no aprobaba el inglés. Lo cierto es que la madre cambió de colegio a la jovencita este mismo año y el nuevo liceo tiene un nivel de idiomas que está diez veces por encima de la cabeza de la niña y de toda su familia. Ahora, la nena necesita urgentemente más de trescientas horas de clase para ponerse al día. En lugar de eso, la familia ha decidido “ayudarla” con una hora de clase particular por semana. Hace ya más de un mes informé de esto a la mamá, quien prometió estudiar el tema. Y, cuando ya parecía que estaba olvidado, aparece su lustroso y joven segundo marido.


Un conocido tiene por costumbre tararear un pasodoble cada vez que alguien intenta provocarlo. Cuanto mayor sea el agravio, más fuerte tararea. Estaba tan entretenida recordando al conocido que, sin querer, mi pensamiento llamó a la puerta de “La Banda del Justiciero”: una charanga compuesta por un trompeta, un violinista y un ex-reno de Papá Noel al que jubilaron debido a ciertos problemas intestinales que le provocaban una horrorosa aerofagia. Pudolf, el reno más peditivo, disfruta ahora de su retiro musical mientras deleita a los seguidores de la orquesta con su elevado sentido del ritmo. Pero no con populares pasodobles, sino con exquisitos Waltzes al mejor estilo vienés. Para la ocasión que nos ocupa, el maestro de ceremonias eligió “El Danubio Azul”.



Blaue Donau (Johann Strauss)



Dirige la orquesta el maestro Xosé Troitiño (El Justiciero de la Bicicleta).



(El maestro se acerca al atril y eleva la batuta)



PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU

PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU





PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU

PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU


Más rápido...



PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU

PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU



PA – RA- RA – RA - RAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA – PA - PAAAAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA - PA - PAAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA - PA - PAAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA PAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA PAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA PAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



VIENTO – VIENTO – VIENTO – VIENTO – VIENTO - VIENTO – VIENTO – VIENTO – VIENTO – VIENTO VIENTO – VIENTO – VIEN - TO – VIEN- TO – VIEN- TO – VIEEEEEEEEEEN – TO –TO – TO – TOOOOOOO



PU-PU-PU-PU-PU-PU-PUUUUU






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A LETTER TO SANTA




A los niños les aburre repetir palabras. Así que, cuando hay una difícil, la transformamos en contraseña para la clase siguiente. Les apunto a los ojos con la luz de la linterna que lleva incorporada mi bolígrafo (regalo del Sr. Meyer durante la época “Es Fangar”) y les digo: “contraseña para el próximo día”. A continuación, la palabra más larga que se me ocurra en ese momento: hot-air balloon, rollerskating, fire engine.

A los niños les encanta. Tanto, que ahora les hago aprender hasta frases completas, tipo “I like oranges”, “fruit is healthy” o “apples are crunchy”. La actual es “a letter to Santa”, ya que el martes hemos prometido escribir a la regordeta versión de San Nicolás de Bari que se sacó de la manga cierto refresco de cola.

El ambientillo me ha llevado a escribir mi propia carta. No una de esas tipo Miss Universo (pido por la passs mundiaaaal) sino una lista infantil de peticiones que deje seco el pozo de los deseos. Yo quiero ésto, y ésto, y ésto, y ésto, y ésto, y ésto...

Es un placer disponer de los fondos del Banco Europeo en época de bonanza, aunque sólo sea en la carta a papá Noel. Puestos a pedir, he encargado hasta un helicóptero para ir de vez en cuando a la península.

Al fin y al cabo, soñar es gratis. ¿Por qué no permitírnoslo de vez en cuando?






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UNA TAZA DE TÉ


De pequeños estaba prohibido. Por aquél entonces los niños no tomaban excitantes. Eso incluía el té, el café y todos esos refrescos de cola. A los niños Fanta de naranja - luego llegaría la efímera Mirinda-. El té, ni olerlo.

Eso sí, en verano llegaba tía Laura y, con ella, el té, las rosquillas de café con leche y los caramelos de La Violeta. Se preparaba una taza enorme y nos daba un poquito a cada uno, sirviéndolo en nuestras tazas desde la suya. Aun en pijama, nos subíamos a una banqueta para alcanzar un pocillo transparente. Y salíamos disimuladamente con el té en la mano.



Hoy ha sido un día lluvioso; de esos fríos y molestos tan típicos del norte. Al ver el chaparrón he preferido el metro a la bicicleta para poder llevar un paraguas. Aun así, cuando volví a casa caía la lluvia a través de mis tacones. Y es entonces cuando, con esa sensación de cuerpo entumecido por el frío, vino la ducha caliente, la toalla grande y el pantalón de franela, la mantita, el cuello enfundado en un chal y el olor de la colonia.



Cogí la taza con las dos manos, caldeando la cara con el olor a frambuesa. Y me senté en mi silla favorita, escuchando a RY X y disfrutando, una vez más, de la tregua de la casa. Que entre el martes a golpe de brebaje.







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EL MENDIGO EJECUTIVO



Pues sí: resulta que hoy por la mañana, apurando el paso para hacer algunas copias del material para mis alumnos, me lo encontré sentado en la Plaza de España, frente a las escaleras mecánicas de acceso a la estación de tren. En traje de faena, sobre una manta arrugada y con su cartel-reclamo: “soi-un-probe-ombre-i-tengo-5-hijos-por-vafor-una-alludha”. Me tocó verlo en el momento de la pausa, ese en el que los funcionarios se toman las once: fumándose un cigarrillo y hablando de negocios por su móvil de última generación. Inconscientemente eché un vistazo a sus zapatos. Y, sí, eran más nuevos que los míos.

La sociedad ha convertido en negocio hasta el hecho de hacerse viejo. Cualquier cosa vale: un buen experto en márketing disfraza de amable hasta lo más odioso. Ésto es realmente hacer de la necesidad virtud.

El descaro creciente no es cosa nueva. Allá por el 2004, cuando todavía vivía en Frankfurt, una amiga me contó que esa misma mañana había visto cómo una furgoneta “descargaba” a los mendigos de Konstablerwache y los colocaba, uno a uno, en sus respectivas posiciones de trabajo. Su testimonio explicaba cómo personas totalmente impedidas llegaban cada día a la misma posición y se retiraban puntualmente en cuanto cerraban los comercios.

Sin necesidad de salir de nuestras fronteras, los que hemos tenido la fortuna de vivir en Madrid en algún momento hemos oído el mismo discurso y la misma selección musical de cada uno de los indigentes que entraban al metro a pedir limosna. Un discurso aprendido de memoria con una música acompañada de un buen aparato de música: altavoces y “sound-in-a-band” incluidos.

Y he aquí que, justo cuando estaba reflexionando sobre la profesionalización de la mendicidad, apareció uno de los más habituales. Un señor alto, de unos cincuenta y tantos, que siempre pide “una ayudeta” de forma agresiva, acercándose para asaltar a su víctima con la intimidación y propinando con insultos a quien no se la da.
  • Una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta...
Acordándome del héroe de la bicicleta, le contesté con la misma moneda:

  • Dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí...
Al mendigo le dio tremendo ataque de risa.

Y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho.





Copyright Luisa Fernández Baladrón

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AQUÍ HUELE A GATO



Va a resultar que no era tan imposible la sugerencia que Javier me hacía la semana pasada, cuando hablábamos del último móvil que me robaron en la calle Blanquerna, a principios de octubre. “O eres muy despistada” – decía Javier – “o hay alguien que va siguiéndote por ahí”.

Hoy he llegado antes de la hora a una de las casas de mis alumnos. Así que no me sorprendió que nadie contestase al telefonillo cuando llamé por primera vez. Ya iba a llamar de nuevo cuando se me acercó un chico de unos veinte años, de aproximadamente un metro ochenta, moreno con barba y bigote frondosos, bien recortados (igual que el pelo), con ojos grandes y negros. El chico se colocó sobre la puerta de la entrada e intentó empujarla. Me retiré hacia un lado y, desde luego, no volví a llamar al interno.

  • ¿No vas a abrir? – me dice
  • Es que no tengo llave
  • ¿No vives aquí?
  • No – le contesté.
  • Es que yo soy el vecino del primero. He estado con esta señora que vive en el segundo. Una señora mayor...
  • ¿Una señora mayor...?
  • Sí, bueno, para mí es mayor... como de unos treinta y seis años. Tiene unos niños. Me ha dicho que viniese corriendo a avisarte, porque hemos tenido que llevar a la niña al hospital, que se nos ha puesto mala... Sí, me ha dicho: vete a avisar a Luisa... porque, ¿tú te llamas Luisa, no?

Al pronunciar mi nombre, la historia comenzó a tener la veracidad de la que antes carecía.

  • Pues me ha dicho que vayas a comprar la medicina para la niña, que la necesita urgentemente. Que vayas a comprarla a la farmacia.
  • Que vaya yo a comprarla a la farmacia...??
  • Sí... o puedo ir yo... pero cuesta veinte euros. Ella me ha dicho que me los dejes, que luego te los devuelve.

Casualmente no llevaba dinero encima. Algo que ha sido característica de la que suscribe desde las épocas en que llevaba calcetines.

  • Bueno! Yo tengo diez euros... si me dejas otros diez ya me llega.
  • Es que no llevo dinero...
Entonces me sugirió que fuese a buscar el dinero al banco. Más concretamente, mencionó la entidad financiera con la que suelo trabajar y me instó a que fuese hasta allí. Fue ese el momento en el que decidí que no me gustaba nada el tipo ese y me marché a mi casa, subida en mi dos ruedas, que había aparcado en la calle Blanquerna.

La madre de los niños confirmó posteriormente la falsedad de la historia contada por el veinteañero. Por supuesto, he ido hacer una visita a la comisaría.





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