Wednesday 27 January 2016

LA MEJOR COMPAÑÍA




Una alumnita de seis años me ha preguntado si tenía hijos. “¿Ni un novio? ¿Ni un perrito? ¿Vives sola, sola, sola? ¿No te sientes muy solita?”

Lo cierto es que nunca me he sentido más acompañada que entre las paredes de este piso. Asistida de la libertad de hacer, de escribir, de leer, de pintar, de hablar con todo el mundo a través del ordenador o del teléfono. Sin la limitación de tener que explicar en cada momento cada detalle pretendidamente extraño. Como tomar té a todas horas o desayunar tortilla de patatas. Dormir con la puerta de la habitación abierta y sin haber conectado el despertador; despertarse cuando comienza a hacerse de día. Enrollarse en una manta al salir de la cama. Disfrutar de la ducha caliente. Estudiar o escribir hasta tarde; pintar maragatos. Recibir a unos amigos en casa; leer juntos un libro y hablar hasta tarde. Atar la bici a la puerta. Reírse como un adolescente. Mantener una conversación por teléfono sin pensar a quién molesta. Es asombrosa la calidez de esa compañía hecha de lápices, libros, ordenador, té y calefacción.

Abandono es el que se siente en la corte, cuando la comitiva no es la más adecuada. En compañía de esos que consideran cada una de nuestras decisiones un síntoma de locura. Con ese amigo que te aconseja un psiquiatra porque has vuelto a cambiar de trabajo. Él, que ha desempeñado más de treinta en su vida laboral. Él que se ha casado y divorciado y vuelto a casar. Él que no visita a los hijos de su primer matrimonio y se emperra en tener hijos del segundo por adopción.

Soledad es la diferencia por razón de origen o de raza o de posición social. Es ese chiste sin gracia sobre los nacidos en qué se yo qué sitio. Es ese novio que te dice que, en el fondo, sigue enamorado de una chica de quince años a la que nunca se atrevió a declararse hace más de treinta. Es ese colega que te hace dudar sobre tu capacidad en el trabajo; ese jefe que aprovecha su posición para vengarse de la pesadumbre que pasó en su propia infancia. Es ese perro al que la dirección de una escuela admite un día en un aula y que decide orinarse justamente en tu zapato.

Pero en mi casa, en estos cuatro muros, con una taza que huele a frambuesa y los pies enfundados en zapatillas; un folio en blanco y una caja de colores; en mi silla, con mi música y con mis libros no hay soledad, sino sentido de pertenencia.




Copyright Luisa Fernández Baladrón

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VAMOS AL PUEBLO



 

Un amigo me ha pedido que lo acompañe a la fiesta de un pueblo cercano. Hace año y medio trabajó para una academia ubicada en ese lugar. Estaba encantado con el empleo, pero encontró otro que creyó más estable y se despidió de la escuela.

Desde entonces, mi amigo no volvió a pasearse por el pueblo. Cosas del mundo actual, que apenas deja tiempo libre. Pero las rebajas de enero obraron el milagro de atraer a los antiguos alumnos a la capital. Y es así como, hace un par de semanas, el compañero se encontró por la calle a una ex-alumna a la que no veía desde entonces. La ex-alumna, visiblemente preocupada, le preguntó por su salud.

Días más tarde coincidió en otro lugar con otra antigua estudiante. También ésta le preguntó qué tal le iba con su enfermedad. Esta vez, sin embargo, mi amigo recibió una aclaración más detallada. Al parecer, cuando se despidió de la academia, la directora comunicó a todos sus alumnos que el profesor había tenido que abandonar sus labores debido problemas psíquicos que le habían obligado a volver a su tierra natal para recibir cuidados maternos.

La historia está llena de rumores sin fundamento. Y, si bien los famosos están más expuestos a la calumnia, también los más humildes pueden acabar por ser objeto de ella. Quién no conoce en nuestro país el crimen de Cuenca, en el que Gregorio Valero y León Sánchez son injustamente acusados (y encarcelados) por el asesinato de un pastor de ovejas. La verdad saldría finalmente a la luz a primeros de 1926, cuando la presunta víctima (que estaba vivita y coleando) envió una carta al párroco solicitando un certificado con el que poder contraer matrimonio.

Mi amiga ha decidido presentarse en las próximas fiestas del pueblo ataviada con sus mejores galas y acompañada de sus amigos más marchosos.





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LA MAGIA DE LA FARMACIA




Pero qué razón tenías Antonio Ontiveros! Fue hace unos días, a propósito de la carta a Papá Noel:

A nadie le amarga un dulce, pero cuando te duele algo solo piensas en estar bueno.”


En la noche de la primera a la segunda Navidad una infección de oídos me hizo recordar lo que es el dolor y para que sirven las medicinas. En cuanto el farmacéutico puso los medicamentos en mi mano me faltó tiempo para correr a casa a engullir ración con la ansiedad del mayor adicto. Me quede dormida, arropada en cienmil mantas y recuperando todo el sueño que había perdido desde la noche.

Y al despertarme el dolor había pasado. Habría besado los pies del que inventó los calmantes y hasta el inmundo guardapolvo del primero que machacó la fórmula en un mortero.

Mi mayor agradecimiento a todos estos que dejan sus horas y sus días en la búsqueda de un remedio frente a la dolencia. La avaricia de los grandes laboratorios farmacéuticos empaña con frecuencia su trabajo. Pero el negocio y la vocación todavía son cosas diferentes.




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LA BANDA DEL JUSTICIERO



Termina una semana difícil.

El sábado pasado fui a dar clase a Sa Vileta en bici y el frío me caló hasta los pulmones. Así que el lunes ya estaba en marcha el resfriado. Hacía VEINTE años que no tenía uno. Y con ese trancazo y la nariz congestionada fui haciendo frente a las clases.

En la última lección del lunes (una particular a una chica de quince años) irrumpió el moreno y extranjero padrastro veintisieteañero, propinando lindezas y exigiendo que se le explicase por qué la quinceañera no aprobaba el inglés. Lo cierto es que la madre cambió de colegio a la jovencita este mismo año y el nuevo liceo tiene un nivel de idiomas que está diez veces por encima de la cabeza de la niña y de toda su familia. Ahora, la nena necesita urgentemente más de trescientas horas de clase para ponerse al día. En lugar de eso, la familia ha decidido “ayudarla” con una hora de clase particular por semana. Hace ya más de un mes informé de esto a la mamá, quien prometió estudiar el tema. Y, cuando ya parecía que estaba olvidado, aparece su lustroso y joven segundo marido.


Un conocido tiene por costumbre tararear un pasodoble cada vez que alguien intenta provocarlo. Cuanto mayor sea el agravio, más fuerte tararea. Estaba tan entretenida recordando al conocido que, sin querer, mi pensamiento llamó a la puerta de “La Banda del Justiciero”: una charanga compuesta por un trompeta, un violinista y un ex-reno de Papá Noel al que jubilaron debido a ciertos problemas intestinales que le provocaban una horrorosa aerofagia. Pudolf, el reno más peditivo, disfruta ahora de su retiro musical mientras deleita a los seguidores de la orquesta con su elevado sentido del ritmo. Pero no con populares pasodobles, sino con exquisitos Waltzes al mejor estilo vienés. Para la ocasión que nos ocupa, el maestro de ceremonias eligió “El Danubio Azul”.



Blaue Donau (Johann Strauss)



Dirige la orquesta el maestro Xosé Troitiño (El Justiciero de la Bicicleta).



(El maestro se acerca al atril y eleva la batuta)



PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU

PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU





PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU

PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU


Más rápido...



PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU

PA – RA – RA – RA – RA

PU-PU PU-PU



PA – RA- RA – RA - RAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA – PA - PAAAAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA - PA - PAAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA - PA - PAAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA PAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA PAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



PA PAAAAA

PU-PU-PU-PU-PU



VIENTO – VIENTO – VIENTO – VIENTO – VIENTO - VIENTO – VIENTO – VIENTO – VIENTO – VIENTO VIENTO – VIENTO – VIEN - TO – VIEN- TO – VIEN- TO – VIEEEEEEEEEEN – TO –TO – TO – TOOOOOOO



PU-PU-PU-PU-PU-PU-PUUUUU






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A LETTER TO SANTA




A los niños les aburre repetir palabras. Así que, cuando hay una difícil, la transformamos en contraseña para la clase siguiente. Les apunto a los ojos con la luz de la linterna que lleva incorporada mi bolígrafo (regalo del Sr. Meyer durante la época “Es Fangar”) y les digo: “contraseña para el próximo día”. A continuación, la palabra más larga que se me ocurra en ese momento: hot-air balloon, rollerskating, fire engine.

A los niños les encanta. Tanto, que ahora les hago aprender hasta frases completas, tipo “I like oranges”, “fruit is healthy” o “apples are crunchy”. La actual es “a letter to Santa”, ya que el martes hemos prometido escribir a la regordeta versión de San Nicolás de Bari que se sacó de la manga cierto refresco de cola.

El ambientillo me ha llevado a escribir mi propia carta. No una de esas tipo Miss Universo (pido por la passs mundiaaaal) sino una lista infantil de peticiones que deje seco el pozo de los deseos. Yo quiero ésto, y ésto, y ésto, y ésto, y ésto, y ésto...

Es un placer disponer de los fondos del Banco Europeo en época de bonanza, aunque sólo sea en la carta a papá Noel. Puestos a pedir, he encargado hasta un helicóptero para ir de vez en cuando a la península.

Al fin y al cabo, soñar es gratis. ¿Por qué no permitírnoslo de vez en cuando?






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UNA TAZA DE TÉ


De pequeños estaba prohibido. Por aquél entonces los niños no tomaban excitantes. Eso incluía el té, el café y todos esos refrescos de cola. A los niños Fanta de naranja - luego llegaría la efímera Mirinda-. El té, ni olerlo.

Eso sí, en verano llegaba tía Laura y, con ella, el té, las rosquillas de café con leche y los caramelos de La Violeta. Se preparaba una taza enorme y nos daba un poquito a cada uno, sirviéndolo en nuestras tazas desde la suya. Aun en pijama, nos subíamos a una banqueta para alcanzar un pocillo transparente. Y salíamos disimuladamente con el té en la mano.



Hoy ha sido un día lluvioso; de esos fríos y molestos tan típicos del norte. Al ver el chaparrón he preferido el metro a la bicicleta para poder llevar un paraguas. Aun así, cuando volví a casa caía la lluvia a través de mis tacones. Y es entonces cuando, con esa sensación de cuerpo entumecido por el frío, vino la ducha caliente, la toalla grande y el pantalón de franela, la mantita, el cuello enfundado en un chal y el olor de la colonia.



Cogí la taza con las dos manos, caldeando la cara con el olor a frambuesa. Y me senté en mi silla favorita, escuchando a RY X y disfrutando, una vez más, de la tregua de la casa. Que entre el martes a golpe de brebaje.







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EL MENDIGO EJECUTIVO



Pues sí: resulta que hoy por la mañana, apurando el paso para hacer algunas copias del material para mis alumnos, me lo encontré sentado en la Plaza de España, frente a las escaleras mecánicas de acceso a la estación de tren. En traje de faena, sobre una manta arrugada y con su cartel-reclamo: “soi-un-probe-ombre-i-tengo-5-hijos-por-vafor-una-alludha”. Me tocó verlo en el momento de la pausa, ese en el que los funcionarios se toman las once: fumándose un cigarrillo y hablando de negocios por su móvil de última generación. Inconscientemente eché un vistazo a sus zapatos. Y, sí, eran más nuevos que los míos.

La sociedad ha convertido en negocio hasta el hecho de hacerse viejo. Cualquier cosa vale: un buen experto en márketing disfraza de amable hasta lo más odioso. Ésto es realmente hacer de la necesidad virtud.

El descaro creciente no es cosa nueva. Allá por el 2004, cuando todavía vivía en Frankfurt, una amiga me contó que esa misma mañana había visto cómo una furgoneta “descargaba” a los mendigos de Konstablerwache y los colocaba, uno a uno, en sus respectivas posiciones de trabajo. Su testimonio explicaba cómo personas totalmente impedidas llegaban cada día a la misma posición y se retiraban puntualmente en cuanto cerraban los comercios.

Sin necesidad de salir de nuestras fronteras, los que hemos tenido la fortuna de vivir en Madrid en algún momento hemos oído el mismo discurso y la misma selección musical de cada uno de los indigentes que entraban al metro a pedir limosna. Un discurso aprendido de memoria con una música acompañada de un buen aparato de música: altavoces y “sound-in-a-band” incluidos.

Y he aquí que, justo cuando estaba reflexionando sobre la profesionalización de la mendicidad, apareció uno de los más habituales. Un señor alto, de unos cincuenta y tantos, que siempre pide “una ayudeta” de forma agresiva, acercándose para asaltar a su víctima con la intimidación y propinando con insultos a quien no se la da.
  • Una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta...
Acordándome del héroe de la bicicleta, le contesté con la misma moneda:

  • Dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí...
Al mendigo le dio tremendo ataque de risa.

Y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho.





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AQUÍ HUELE A GATO



Va a resultar que no era tan imposible la sugerencia que Javier me hacía la semana pasada, cuando hablábamos del último móvil que me robaron en la calle Blanquerna, a principios de octubre. “O eres muy despistada” – decía Javier – “o hay alguien que va siguiéndote por ahí”.

Hoy he llegado antes de la hora a una de las casas de mis alumnos. Así que no me sorprendió que nadie contestase al telefonillo cuando llamé por primera vez. Ya iba a llamar de nuevo cuando se me acercó un chico de unos veinte años, de aproximadamente un metro ochenta, moreno con barba y bigote frondosos, bien recortados (igual que el pelo), con ojos grandes y negros. El chico se colocó sobre la puerta de la entrada e intentó empujarla. Me retiré hacia un lado y, desde luego, no volví a llamar al interno.

  • ¿No vas a abrir? – me dice
  • Es que no tengo llave
  • ¿No vives aquí?
  • No – le contesté.
  • Es que yo soy el vecino del primero. He estado con esta señora que vive en el segundo. Una señora mayor...
  • ¿Una señora mayor...?
  • Sí, bueno, para mí es mayor... como de unos treinta y seis años. Tiene unos niños. Me ha dicho que viniese corriendo a avisarte, porque hemos tenido que llevar a la niña al hospital, que se nos ha puesto mala... Sí, me ha dicho: vete a avisar a Luisa... porque, ¿tú te llamas Luisa, no?

Al pronunciar mi nombre, la historia comenzó a tener la veracidad de la que antes carecía.

  • Pues me ha dicho que vayas a comprar la medicina para la niña, que la necesita urgentemente. Que vayas a comprarla a la farmacia.
  • Que vaya yo a comprarla a la farmacia...??
  • Sí... o puedo ir yo... pero cuesta veinte euros. Ella me ha dicho que me los dejes, que luego te los devuelve.

Casualmente no llevaba dinero encima. Algo que ha sido característica de la que suscribe desde las épocas en que llevaba calcetines.

  • Bueno! Yo tengo diez euros... si me dejas otros diez ya me llega.
  • Es que no llevo dinero...
Entonces me sugirió que fuese a buscar el dinero al banco. Más concretamente, mencionó la entidad financiera con la que suelo trabajar y me instó a que fuese hasta allí. Fue ese el momento en el que decidí que no me gustaba nada el tipo ese y me marché a mi casa, subida en mi dos ruedas, que había aparcado en la calle Blanquerna.

La madre de los niños confirmó posteriormente la falsedad de la historia contada por el veinteañero. Por supuesto, he ido hacer una visita a la comisaría.





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ACERCÁNDOSE AL OBJETIVO



Ya son dos más. Ayer han venido otros dos alumnos. Los dos juntos, aunque no revueltos. Quedan otros ocho para llegar a la meta, aunque para hacer las cosas más realistas debiera empezar a dar algunas clases en casa. De momento voy a múltiples lugares y en casa paro poco.

Hoy he estado en Vodafone para cambiar los datos de mi factura. Ya sabes, la nueva dirección y el nuevo teléfono, que ya estoy empleando desde mediados de octubre. Son muchos los lugares en los que tenemos que dejar nuestros datos personales. Así que, cuando toca cambiarlos, no hay más remedio que hacerlo poco a poco.

El caso es que, cuando estaba en la tienda, vi algo que me pareció espectacular: una super-macro pantalla compuesta de otras cuatro, proyectando constantes anuncios de la compañía. Me la imaginé en casa, con las fotos que uso para enseñar el vocabulario. Con palabrita incorporada y altavoce nítidos. Woooow! La sola idea me pareció alucinante. Tanto, que hasta salí corriendo a adquirir un cupón de la ONCE: si toca, me voy corriendo a instalar las pantallitas. Y luego invito a las mamás de mis alumnos a recibir una clase gratis. Y grabamos la clase (con permiso de los interesados y ayuda de mi amigo Andrés, que saca guapo hasta al primo hermano de Cuasimodo) y colgamos el vídeo en YouTube. Seguro que enseguida me salen candidatos.

Ya de vuelta en casa, he consultado el sorteo del día. Hoy no ha sido el nuestro. Pero que nos quiten lo bailado... y lo soñado.






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EL TENTACULO DE PIEDNADZE


Desde el aciago día en que no preparé lo suficiente la clase de los pequeños, me persigue el constante reproche de la dirección. Primero fue el análisis en el aula; después un dictamen de folio y medio; luego el comentario en voz alta de que nunca antes se habían visto tantos aspectos negativos en un sólo profesor.

Ayer, cuando los niños aun no habían llegado y el ordenador estaba ya abierto, llegó el cuarto. Oí una voz que venía del pasillo. Un lento inglés con acento sin origen genuino, en el que tiemblan en exceso las silbantes.

  • Iiiiiiii - crujió la puerta - Louiiiiiiiiiizzzzze! Tu también dazzzzz clases de alemán, ¿verdad?

Por un momento pensé que había decidido proponerme algo nuevo.

  • Ya. Porque, a vezzzzezzz confundezzzz los dos idiomazzz. Probablemente estás cansada... canzzzzaaaaadaaaa. ¿Ezzzz
    tás dando muchas clases, verdad? Sí, sí, ya zzzze vé en tu cara. Tienes muuuuuy mal aspecto. Muuuuy mal aspecto. Deberrrríazzz rrrrrecapacitarrrrr. Sino, vas a afectar a tu zzzzalud.
Dos ojos fríos fijaron su mirada en la víctima, mientras el sonido de las eses intentaba adormecer la consciencia.

  • Eres feeeeeaaaa. Eres feeeeeeaaaa. Estás cansaaaada. Cansaaaada. Dueeeerme, dueeeeermeee... Jaaaa, ja, ja, ja! Jaaaa, ja, ja, ja!

Tras aquella cara anciana zurcida por el bisturí de un titubeante cirujano estético y aquellos brazos flácidos y colgantes, testigo de la verdadera edad de su propietario, la voz metálica del dios del dinero. Se acercó, caminando con un sonido estridente de los que causan horror entre los niños.

  • Iiiiiiiiiii – Maaaal azzzpectooooo. Tienes mal aspeeeecto.
Fue entonces cuando vi un tentáculo saliendo de su ojo derecho. No era el garfio del Doctor Octopus, sino el palpo de Piedniadze, a quien no gustan los viejos ni los feos. Piednieadze sólo come de la carne de jóvenes y niños, de la energía de los trabajadores esforzados y del aspecto de los más bellos. Él es quien causa las guerras en oriente próximo para poder vender las armas que fabrica y quien provoca los abortos en Ruanda para reunir el ácido hialurónico con el que desdibujar sus arrugas.

Lo veo acercarse e, instintivamente, doy pasos hacia atrás, hasta quedar atrapada entre Piedniadze y la pared. Horror, pavor, furor. No ha habido tiempo de ponerse a cubierto. Sigue avanzando y ya no hay espacio hacia el que huir. Pienso en los niños que ya entran en la escuela. Hay que prevenirlos; hay que buscar la ayuda de otros que estén dispuestos a prestarla. El corazón palpita a lo patata frita. El tiempo se acaba, pero aun seguimos aquí, dispuestos a seguir luchando. No te acerques. Ni un paso más.

Pero ya es demasiado tarde: Piedniadze ha dado el paso último y definitivo en un anticipo de la noche de Halloweeen.

-Justiciero de la bicicletaaaa! Justiciero de la bicicletaaa! Ayudanooooos, por favooooor!






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EL ESPACIO PERFECTO





Te tumbas sobre la arena, con la ropa aun puesta, con los pies descalzos, de cualquier manera. Fuera modas de playa, turistas de agosto, vidas perfectas, personas inteligentes. Al Molinar no le importan tu aspecto ni tu edad.

La paradoja de este lugar es que ha sido comprado por los ricos y sigue siendo usado por los pobres. Quienquiera que haya comprado esos raquíticos pisos millonarios no lo tendrá muy fácil para recuperar lo que ha invertido: ni para alquilarlos a precio de oro ni para venderlos obteniendo ganancia. El que puede pagar esos precios no acepta vivir en un lugar pequeño. Así que, de momento, mientras nuestros estadistas no decidan ponerle puertas al mar, aquí seguimos recuperándonos del resto del día, de la semana: en el lejano jardín de nuestra casa. Esa en la que cerramos la puerta de entrada y abrimos las de dentro; en la que nada nos afecta.

Mañana empieza otra vez el combate. Y puede que también esa intención de devastar la ribera construyendo un puerto tan grande como innecesario. Pero hoy la conquista es nuestra. Aun tenemos Molinar para patinar, nadar, caminar y disfrutar del paseo en bicicleta.





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INFRINGIENDO LAS NORMAS



Hoy ha sido un día delincuente: he madrugado para encontrar un nuevo alumno. Conseguir un nuevo fichaje sin contar con los fondos del Real Madrid se resume en las siguientes palabras: entregar octavillas impresas con el PC a las puertas de los colegios de Palma. Bajé el Carrer del Socors, para cumplir con mi objetivo, poniéndome para ello al margen de la norma palmesana. Norma que nunca habría osado incumplir el honrado salario de un decente diputado.

Me coloco cerca de la puerta, en un punto discreto, molestando lo mínimo.

  • Buenos días! – le digo al papá que acompaña a su niño con una sonrisa, mientras le entrego la culpable octavilla con un transgresor brazo extendido.
Para colmo, ahora les da por poner policías a la puerta de cada colegio, para que se aseguren de que los niños cruzan por el paso de peatón y los automóviles paran a su paso. Cosa que es de agradecer, pero que estresa muchísimo cuando eres un forajido.

La actitud malhechora ha sido un simparar: me fui a dar clases SIN HABERLAS PREPARADO, después de haber luchado con temas varios y sin haber dormido lo suficiente. Así, cual Caperucita paseando por el bosque.

Y en esto recibo una llamada de la dirección de la escuela, advirtiéndome de que tendría un control rutinario esta misma tarde en la clase de los pequeños. Fue como una patada en la espinilla propinada por el Justiciero de la Bicicleta. Preparar las clases de los niños lleva un mundo de tiempo: todas exigen un montón de juegos y de historias repensadas. Y, teniendo ya otras clases durante el día, sólo puede tramar un pequeño esquema y bajar algunas fotos de internet. Fotos que uso para introducir el vocabulario, añadiéndoles el nombre con el Picassa. El resultado, por supuesto, era previsible: mal, mal, mal... dicho en términos un poco más británicos. Para colmo, llamé a una niña por un nombre que no era el suyo. Cosa de la que yo ni me acordaba. Debí de hacerlo de forma inconsciente, cumpliendo con lo que ya es tradición en la familia de mi madre: llamar a cada hijo por los nombres de todos los demás hasta agotar el cupo. El nombre correcto es, por supuesto, el último que uno nombra (Pablodigocarlosdigorafadigogalidigoluisa...). Collejas por doquier, propinadas por el ya popular bastón de papel maché que acompaña al héroe del traje gualdo.

Con las orejas caídas me subí a la bicicleta para dar la última clase del día en el otro centro de las Avenidas. Y, aun bajo los efectos del veredicto volví a casa sin acordarme de recoger la bicicleta: a pie, como el resto de los mortales sin dos ruedas.

Ya en casa, he decidido ser condescendiente y hacer un balance muy diferente de mi propio día. Hoy he trabajado en mantenimiento (arreglo de la casa), en artes gráficas (realización de octavillas), en marketing directo (entrega de las octavillas ante los colegios, acompañada de sonrisa y ayudando a las mamás a entrar en el colegio las sillitas de los bebés), en administración y secretariado (atención de llamadas y reorganización de las citas que tenía para mañana por la tarde para poder atender a una reunión de profesores), en velocipedismo (traslado en bicicleta a todas partes de la ciudad, incluyendo la zona limítrofe de Son Fuster), en psicología (alumnos quejosos que lloran a gusto) y, por si todo esto fuera poco, he impartido cinco horas y media de clase. Así que brindo por mí.

Y, como decíamos cuando jugábamos al “quedas” libro también por todos mis amiguitos.





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LA EXPERIENCIA VINTAGE



Tras la instalación del ADSL tocaba comprarse un teléfono. Ayer, en cuanto llegué a casa, empecé a hacer llamadas nacionales. Agenda en mano, fui llamando a los que pude, hasta ese punto en que la hora empieza a ser imprudente para llamar a una casa de bien. Como en aquél anuncio de hace diez años, en el que un niño impertinente se adueñaba del teléfono familiar:

  • Hola! Soy Edu. Feliz Navidad!

Son las cosas que tiene la tarifa plana. Ha sido una experiencia tipo “vintage”, de esas que se llevan tanto ahora. Como meterse en un baúl lleno de recuerdos. En ocasiones, con un poco de vergüenza. “Te acuerdas...? Qué ha sido... desde aquella?”. He redescubierto un montón de nombres que se habían quedado desde hace tiempo olvidados en la libreta por falta de móvil y de Facebook. En cualquier caso, me he dado cuenta de qué pocos cuentan ya con una línea fija. Y de que muchos números ya no están en uso.

He comenzado a preparar la nevera para futuras visitas. Como una abuela de los años setenta. A pensar en lo que le gusta a cada uno. Y a tener algunas cosas que poder ofrecer a los amigos.

Mi objetivo, ahora, es el de conseguir nuevos alumnos: diez más antes de fin de año. Vamos a por ellos. Comienza la cuenta atrás.




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LO MEJOR DE MALLORCA



Me lo advirtieron hace años, cuando vine por primera vez a Palma, mucho antes de haber vivido en Frankfurt o en Berna: el que viene a la isla, se queda. No sé que tiene, pero hasta los más inquietos acabamos por echar raíces en ella.

El caso es que, al principio, cuesta adaptarse. El carácter de estas tierras se parece poco al del resto de España: es tranquilo, sin agitaciones ni prisas; más reservado que el de otros lugares. Tengo muchos amigos en Mallorca, pero casi todos forasteros: pocos mallorquines te abren las puertas de su casa. Así que todos llegamos a la isla refunfuñando.

Pero luego empiezas a tomar el sol; a probar esa ensalada de tomate, cebolla y pimiento que ponen con todo; te acostumbras a salir a la calle de cualquier manera, sin que nadie se extrañe de la pinta que llevas, por muy extraña que sea la pinta. Te acostumbras a la tranquilidad, a poder salir a la calle a cualquier hora del día o de la noche; a poder ir a todas partes en bicicleta sin más percance que el de un agente municipal que te llama la atención por circular sobre la acera. Y, cuando te quieres dar cuenta, eres un colgado más: un nuevo adicto al Mediterraneo.

Desde aqui, muchas gracias a Mallorca y a todos los mallorquines: sois unos maestros del saber vivir.



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EL ABRAZO DE LA INDEPENDENCIA


Ya estoy sentada en mi apartamento, con las maletas y las cajas aun a medio deshacer. Mi dos ruedas aparcada en el portal, atada a la barandilla con uno de esos candados de cuatro kilos. Llevando, trayendo y con los restos de fibra óptica detras de la escoba, no sé si por superstición celta de no barrer por la noche o por simple “cansancius vulgaris”.

Por primera vez en mis jóvenes taitantos uso una línea ADSL en exclusiva. Meter la clave en el ordenador; cerrar la puerta de la entrada y dejar todas las demás abiertas; abrir la ventana de par en par, a mi antojo y sin cortinas: quien se moleste que no mire. Cortar la cebolla sobre una tabla nueva, con un cuchillo afilado y el ordenador a un lado; escuchar a los alemanes de Mallorca hablando por esa Insel Radio de eso que ellos llaman noticias; tomarse un té. Libre.

Ayer, antes de entrar a dar clase a los niños pequeños, uno de ellos se abrazó a mí de forma espontánea. Y allí fueron los demás: a imitar al primero. En unos segundos estaba rodeada de una pared de un metro de niños de seis a ocho años.

A la hora de la salida, el espontáneo no quería irse:

  • Yo me lo paso bien aquí.

Me han regalado sus primeros dibujos. Esos en los que papá se escribe sin acento y daddy con una d. Y ahora los comparto con vosotros.








Copyright Luisa Fernández Baladrón

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LAS ORDENANZAS




Un amigo cincuentón se quedó sin trabajo hace algo más de un año. Su empresa, una PYME mallorquina, solicitó un procedimiento de concurso que fue seguido de un ERE con el que más de uno perdió su diario asiento laboral. Tras los cuatro meses de rigor, a mi amigo se le acabó la prestación de desempleo. Siendo mayor de 35, menor de 52 y español de origen, no tiene derecho a percibir subvención alguna.

Durante los ocho últimos meses, “Mr. Equis”, vamos a llamarlo así para no conculcar esa normativa de protección de datos con la que ya nos tienen fritos, se ha “comido” sus ahorros mientras buscaba un empleo en cualquier parte y, últimamente ya, en cualquier cosa. En un país en donde la tasa de desempleo sobrepasa el 30%, un mayor de cincuenta años que se queda sin trabajo es poco más que un jubilado sin pensión.

Las dificultades, sin embargo, agudizaron el ingenio de Mr. Equis: Hace dos días preparó unas octavillas con el procesador de textos de su PC. En ellas se ofrecía para dar clases de piano a domicilio. Lógicamente, el paso siguiente era el de repartirlas frente a la puerta de los colegios. Todo iba bien, hasta que llegó un oficial de policía:

  • Disculpe! ¿No sabe usted que está prohibido repartir propaganda en la calle?
  • No puede ser... ¿Es eso cierto?
  • Sí – le contestó el municipal – no se puede repartir propaganda.
  • ¿Y se puede, entonces, pedir limosna?
  • NO – contestó el agente – . Está prohibido.
  • Y, dígame, entonces, ¿qué se supone que hay que hacer si no se tiene para comer?
El agente se encogió de hombros.

Por supuesto, mi incrédulo amigo no tardó en informarse más detalladamente. Efectivamente, el reparto de cualquier tipo de comunicación escrita está prohibido en la ciudad de Palma a través de la Ordenanza de Ocupación de Vía Pública, publicada en el boletín número 148, de 23 de agosto de 2003. Una ordenanza pensada y aprobada por personas que, a diferencia de Mr. Equis, nunca han dejado de tener carne sobre la mesa.

Lo más divertido de todo es que la única transgresión que pasa “desapercibida” es la que realizan los propios autores de la norma en período de elecciones. ¿O me vas a contar que a tí nunca te han entregado propaganda electoral mientras caminabas por Palma?

La pregunta del millón: ¿Cuál puede ser el objeto de una normativa como esta, como no sea el de limitar la libertad de expresión? Quizá vendría bien recordar el texto de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano: “La libre communication des pensées et des opinions est un des droits, les plus precieux de l’homme. Tout citoyen peut donc parler, imprimer librement sauf à répondre de l’abus à cette liberté, dans les cas determinés par la loi”.

Mi amigo y yo SOLICITAMOS la derogación de la Ordenanza de Ocupación de Vía Pública. Y que los autores de dicha ordenanza subvencionen de su bolsillo a personas que, como el Sr. Equis, no disponen de otro medio de manutención.









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