Saturday 13 August 2016

GRACIAS POR SU COMPRA



Lo confieso: me gustan los supermercados. La sección de frutas, la verdura, los yogures y el estante de los chocolates. Pero lo que más me gusta de ellos es la línea de caja. Una señora sonriente que pasa los productos y abre las bolsas con sorprendente rapidez. Uno pone la barra separadora y espera su turno con paciencia. “Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo te va?” Y la cajera contesta con sonrisa mientras despliega una bolsa, teclea en la máquina, escanea los productos, cuenta los billetes, cierra un frasquito y aprieta un botón. En Palma tengo incluso mi autoservicio favorito: una tienda de expertos competentes con un ambiente estupendo y la expresión nívea y brillante.

Últimamente, sin embargo, la situación está cambiando. Es lo que tiene la política, que se extiende con más facilidad que la clamidia. Señoritas impacientes que se expresan en idiomas de su tierra, encaprichándose en mostrar su repudio hacia la lengua del cliente. “Por favor, ¿podría repetirlo en castellano?” Y te miran con cara de asco, señalando hacia el letrero de la caja en el que oscilan en verde los números de la cuenta.

Tornas al piso con el espray de palurdo rociado sobre los hombros, ideando algún medio alternativo para comprar en el futuro.

Lo favorable del caso es que, al tiempo en que la infección se propaga, los grandes centros comerciales ya han empezado a ofrecer el cajero mecánico. Alcampo, Carrefour, Buenavista y Polamax. Desde el año pasado, la novedad también se ofrece en el Corte Inglés de la calle Aragón. En el lugar que antes ocupaba una sola línea de caja se han montado seis cajeros de autoservicio. Las banderitas variadas indican el idioma del cliente: Junto a los varios oficiales de la patria, nuestra grisácea cobradora habla inglés, alemán, francés, ruso, checo, chino, árabe y sueco. “POR FAVOR, escanee su producto”; “POR FAVOR, deposite el producto”.

A nuestra nueva operaria no le importa el número de monedas con las que cubras el importe de tu compra. Puedes incluso introducir cincuenta euros en monedas de céntimo: la maquinal trabajadora anotará con paciente eficacia el importe introducido, recordando al cliente la diferencia entre éste y el precio. Puedes pagar un euro con billete de quinientos: la máquina devolverá los cuatrocientos noventa y nueve sin calderilla, con dos billetes de doscientos, uno de cincuenta, dos de veinte, uno de cinco y dos monedas de dos euros. Terminada la faena, la cajera mecánica se despide del cliente: GRACIAS por utilizar nuestro servicio.

Semejante nivel de satisfacción ha provocado en ésta que consume nuevas exigencias. Quiero un cajero con voz grave y tono bajo, tracto vocal grande y resultado tonal vibrante. Un cajero de nombre Héctor que te llame por tu nombre y te recuerde los días que hace que no visitas la tienda. “BUENOS DÍAS SEÑORA PÉREZ: nos complace verla otra vez por aquí”.

Por veinte céntimos más, trato amoldado al cliente, en el que Héctor nos recuerda lo bien que nos sienta el vestido y nos desea un buen fin de semana.

Un abrazo desde Palma.






Copyright Luisa Fernández Baladrón

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Tuesday 9 August 2016

LAS PATRULLAS URBANAS



Tengo una amiga con ciertos problemas de socialización que le impiden tener un trabajo constante y, en consecuencia, una vida normal. En internet se anuncian a menudo magos, brujos, coachers y loqueros a los que nuestra amiga ha acudido siempre que su situación financiera se lo ha permitido, aunque, hasta ahora, nunca había tenido demasiado éxito.

Hace poco, la colega volvió a quedarse sin empleo, como siempre debido a su dudosa capacidad de relación con otros de su género. Fue entonces cuando, buscando y rebuscando alguna poción, descubrió el video de una mujer muy conocida por su capacidad de sanación de problemas. En el blog de la sanadora se anunciaba un curso gratuito de varios días que tendría lugar a principios de agosto en Vila Nova de Cacela, en pleno Algarve portugués. Portugal está ahora en temporada alta y los hoteles por las nubes. Así que nuestra ya popular misántropa, obcecada en solucionar su problema social, decidió partir mochila a la espalda, dispuesta a hacer noche en la playa. Más aun: dado que los billetes a Faro estaban agotados, partió con día y medio de margen para poder hacer autostop al llegar a Lisboa.

Y hete aquí que, tras ciertas peripecias y con cuarenta grados a la espalda, la compañera pisaba Manta Rota, soberbia playa del sur luso. Hacia las nueve y media y con el cielo casi oscuro y un par de familias en la playa, entró el coche escoba. Pronto, nuestra colega era la única que quedaba en la playa. Fue en aquél momento cuando se encendieron las luces frontales del chiringuito y la música del coche escoba comenzó a aumentar de volumen, mientras el conductor avisaba por micrófono a otras personas del pueblo. Los paisanos fueron regresando a la playa poco a poco, como llamados por un sonido extraterrestre: parejas, amigos, familias con niños. Pero esta vez no venían con toallas ni con cestas, sino con linternas. Los voluntarios bajaban hasta la orilla de la playa, revisaban con las linternas en el interior de toilettes, vestuarios y duchas, y enfocaban finalmente a la extranjera que aun estaba en la playa.
Las linternas aumentaban y también el volumen de la música y del altavoz que alertaba al resto de los paisanos, pero nuestra querida chiflada seguía allí, en la playa; algo obstinada, aunque dispuesta a marcharse si alguien se lo pedía. Hasta que comenzaron a oírse los ladridos de los perros. Primero uno; luego otro. En poco tiempo, una jauría. Y nuestra amiga decidió que su mal social no era tan grave como para llegar a la psicopatía, y que más valía recoger la mochila, encender la luz del móvil, que no funcionaba en Portugal a falta de roaming, y salir suavemente para evitar la eventual tarascada perruna.

Inmediatamente se apagaron las luces del chiringuito, el coche escoba, la música y el altavoz. Y los paisanos volvieron a sus casas, dejando la playa totalmente vacía.

Por cierto: los únicos perros que de verdad pudo ver nuestra amiga fueron un boloñés, un frisé, un salchicha y el can gemelo de “Coraje”, famoso perro cobarde de la ancianita Murriel. Los espantosos ladridos estaban grabados.

Un abrazo desde Palma. En la foto, una cala de Mallorca. Sin patrullas, pero igualmente impecable.






Copyright Luisa Fernández Baladrón

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