Lo confieso: me gustan los
supermercados. La sección de frutas, la verdura, los yogures y el estante de
los chocolates. Pero lo que más me gusta de ellos es la línea de caja. Una
señora sonriente que pasa los productos y abre las bolsas con sorprendente
rapidez. Uno pone la barra separadora y espera su turno con paciencia. “Hola! ¿Qué tal? ¿Cómo te va?” Y la
cajera contesta con sonrisa mientras despliega una bolsa, teclea en la máquina,
escanea los productos, cuenta los billetes, cierra un frasquito y aprieta un
botón. En Palma tengo incluso mi autoservicio favorito: una tienda de expertos
competentes con un ambiente estupendo y la expresión nívea y brillante.
Últimamente, sin embargo, la
situación está cambiando. Es lo que tiene la política, que se extiende con más
facilidad que la clamidia. Señoritas impacientes que se expresan en idiomas de
su tierra, encaprichándose en mostrar su repudio hacia la lengua del cliente. “Por favor, ¿podría repetirlo en castellano?”
Y te miran con cara de asco, señalando hacia el letrero de la caja en el que oscilan
en verde los números de la cuenta.
Tornas al piso con el espray de
palurdo rociado sobre los hombros, ideando algún medio alternativo para comprar
en el futuro.
Lo favorable del caso es que, al
tiempo en que la infección se propaga, los grandes centros comerciales ya han
empezado a ofrecer el cajero mecánico. Alcampo, Carrefour, Buenavista y Polamax.
Desde el año pasado, la novedad también se ofrece en el Corte Inglés de la
calle Aragón. En el lugar que antes ocupaba una sola línea de caja se han
montado seis cajeros de autoservicio. Las banderitas variadas indican el idioma
del cliente: Junto a los varios oficiales de la patria, nuestra grisácea cobradora
habla inglés, alemán, francés, ruso, checo, chino, árabe y sueco. “POR FAVOR,
escanee su producto”; “POR FAVOR, deposite el producto”.
A nuestra nueva operaria no le
importa el número de monedas con las que cubras el importe de tu compra. Puedes
incluso introducir cincuenta euros en monedas de céntimo: la maquinal
trabajadora anotará con paciente eficacia el importe introducido, recordando al
cliente la diferencia entre éste y el precio. Puedes pagar un euro con billete
de quinientos: la máquina devolverá los cuatrocientos noventa y nueve sin
calderilla, con dos billetes de doscientos, uno de cincuenta, dos de veinte,
uno de cinco y dos monedas de dos euros. Terminada la faena, la cajera mecánica
se despide del cliente: GRACIAS por utilizar nuestro servicio.
Semejante nivel de satisfacción ha
provocado en ésta que consume nuevas exigencias. Quiero un cajero con voz grave
y tono bajo, tracto vocal grande y resultado tonal vibrante. Un cajero de
nombre Héctor que te llame por tu nombre y te recuerde los días que hace que no
visitas la tienda. “BUENOS DÍAS SEÑORA
PÉREZ: nos complace verla otra vez por aquí”.
Por veinte céntimos más, trato
amoldado al cliente, en el que Héctor nos recuerda lo bien que nos sienta el
vestido y nos desea un buen fin de semana.
Un abrazo desde Palma.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
Usted
puede utilizar este enlace en su página, reenviar este texto o
distribuir el documento completo de forma GRATUITA y SIN MODIFICARLO. No
puede modificar, extraer o copiar este texto sin la autorización de su
autor
asesorfiscal, binissalem, binisalemhttp://www.fernandezbaladron.com