Wednesday 19 November 2014

EL MENDIGO EJECUTIVO

Pues sí: resulta que hoy por la mañana, apurando el paso para hacer algunas copias del material para mis alumnos, me lo encontré sentado en la Plaza de España, frente a las escaleras mecánicas de acceso a la estación de tren. En traje de faena, sobre una manta arrugada y con su cartel-reclamo: “soi-un-probe-ombre-i-tengo-5-hijos-por-vafor-una-alludha”. Me tocó verlo en el momento de la pausa, ese en el que los funcionarios se toman las once: fumándose un cigarrillo y hablando de negocios por su móvil de última generación. Inconscientemente eché un vistazo a sus zapatos. Y, sí, eran más nuevos que los míos.

La sociedad ha convertido en negocio hasta el hecho de hacerse viejo. Cualquier cosa vale: un buen experto en márketing disfraza de amable hasta lo más odioso. Ésto es realmente hacer de la necesidad virtud.

El descaro creciente no es cosa nueva. Allá por el 2004, cuando todavía vivía en Frankfurt, una amiga me contó que esa misma mañana había visto cómo una furgoneta “descargaba” a los mendigos de Konstablerwache y los colocaba, uno a uno, en sus respectivas posiciones de trabajo. Su testimonio explicaba cómo personas totalmente impedidas llegaban cada día a la misma posición y se retiraban puntualmente en cuanto cerraban los comercios.

Sin necesidad de salir de nuestras fronteras, los que hemos tenido la fortuna de vivir en Madrid en algún momento hemos oído el mismo discurso y la misma selección musical de cada uno de los indigentes que entraban al metro a pedir limosna. Un discurso aprendido de memoria con una música acompañada de un buen aparato de música: altavoces y “sound-in-a-band” incluidos.

Y he aquí que, justo cuando estaba reflexionando sobre la profesionalización de la mendicidad, apareció uno de los más habituales. Un señor alto, de unos cincuenta y tantos, que siempre pide “una ayudeta” de forma agresiva, acercándose para asaltar a su víctima con la intimidación y propinando con insultos a quien no se la da.

-          Una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta...

Acordándome del héroe de la bicicleta, le contesté con la misma moneda:

-          Dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí...

Al mendigo le dió tremendo ataque de risa.
 
Y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho.

Un abrazo desde Palma




 
 

 
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Monday 10 November 2014

AQUI HUELE A GATO

Va a resultar que no era tan imposible la sugerencia que Javier me hacía la semana pasada, cuando hablábamos del último móvil que me robaron en la calle Blanquerna, a principios de octubre. “O eres muy despistada” – decía Javier – “o hay alguien que va siguiéndote por ahí”.

Hoy he llegado antes de la hora a una de las casas de mis alumnos. Así que no me sorprendió que nadie contestase al telefonillo cuando llamé por primera vez. Ya iba a llamar de nuevo cuando se me acercó un chico de unos veinte años, de aproximadamente un metro ochenta, moreno con barba y bigote frondosos, bien recortados (igual que el pelo), con ojos grandes y negros. El chico se colocó sobre la puerta de la entrada e intentó empujarla. Me retiré hacia un lado y, desde luego, no volví a llamar al interno.

-          ¿No vas a abrir? – me dice

-          Es que no tengo llave

-          ¿No vives aquí?

-          No – le contesté.

-          Es que yo soy el vecino del primero. He estado con esta señora que vive en el segundo. Una señora mayor...

-          ¿Una señora mayor...?

-          Sí, bueno, para mí es mayor... como de unos treinta y seis años. Tiene unos niños. Me ha dicho que viniese corriendo a avisarte, porque hemos tenido que llevar a la niña al hospital, que se nos ha puesto mala... Sí, me ha dicho: vete a avisar a Luisa... porque, ¿tú te llamas Luisa, no?

Al pronunciar mi nombre, la historia comenzó a tener la veracidad de la que antes carecía.

-          Pues me ha dicho que vayas a comprar la medicina para la niña, que la necesita urgentemente. Que vayas a comprarla a la farmacia.

-          Que vaya yo a comprarla a la farmacia...??

-          Sí... o puedo ir yo... pero cuesta veinte euros. Ella me ha dicho que me los dejes, que luego te los devuelve.  

Casualmente no llevaba dinero encima. Algo que ha sido característica de la que suscribe desde las épocas en que llevaba calcetines.

-          Bueno! Yo tengo diez euros... si me dejas otros diez ya me llega.

-          Es que no llevo dinero...

Entonces me sugirió que fuese a buscar el dinero al banco. Más concretamente, mencionó la entidad financiera con la que suelo trabajar y me instó a que fuese hasta allí. Fue ese el momento en el que decidí que no me gustaba nada el tipo ese y me marché a mi casa, subida en mi dos ruedas, que había aparcado en la calle Blanquerna.

La madre de los niños confirmó posteriormente la falsedad de la historia contada por el veinteañero. Por supuesto, he ido hacer una visita a la comisaría.



 
 
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Wednesday 5 November 2014

ACERCÁNDOSE AL OBJETIVO

Ya son dos más. Ayer han venido otros dos alumnos. Los dos juntos, aunque no revueltos. Quedan otros ocho para llegar a la meta, aunque para hacer las cosas más realistas debiera empezar a dar algunas clases en casa. De momento voy a múltiples lugares y en casa paro poco.

Hoy he estado en Vodafone para cambiar los datos de mi factura. Ya sabes, la nueva dirección y el nuevo teléfono, que ya estoy empleando desde mediados de octubre. Son muchos los lugares en los que tenemos que dejar nuestros datos personales. Así que, cuando toca cambiarlos, no hay más remedio que hacerlo poco a poco.

El caso es que, cuando estaba en la tienda, vi algo que me pareció espectacular: una super-macro pantalla compuesta de otras cuatro, proyectando constantes anuncios de la compañía. Me la imaginé en casa, con las fotos que uso para enseñar el vocabulario. Con palabrita incorporada y altavoce nítidos. Woooow! La sola idea me pareció alucinante. Tanto, que hasta salí corriendo a adquirir un cupón de la ONCE: si toca, me voy corriendo a instalar las pantallitas. Y luego invito a las mamás de mis alumnos a recibir una clase gratis. Y grabamos la clase (con permiso de los interesados y ayuda de mi amigo Andrés, que saca guapo hasta al primo hermano de Cuasimodo) y colgamos el vídeo en YouTube. Seguro que enseguida me salen candidatos.

Ya de vuelta en casa, he consultado el sorteo del día. Hoy no ha sido el nuestro. Pero que nos quiten lo bailado... y lo soñado.

 
 
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