Pues así es. Hace un año, después
de una clase difícil y algo más cansada que de costumbre, deje una bici
aparcada en la calle, atada a un poste y con la intención de bajar más tarde a
por ella. Aquella fue la última vez en
que vi a mi dos-ruedas negra. Fue así como empezó una historia de rastreo y
desengaño, buscando a mi negra compañera por las calles y tiendas de ocasión, poniendo carteles por internet y
ocupando ilegalmente la vía pública con octavillas, hasta que la di
definitivamente por perdida, pasé mi luto por la compadre que ya nunca volvería
y me compré una bici nueva, intentando olvidarme de los hechos.
Hace poco, un jueves recién
salida del trabajo, cabizbaja y con la mente
llena de cuadrix, me dispuse a darme un homenaje a base de bizcochos del
Corte Inglés. Acababa de atar mi nueva bici al aparcamiento de Jaime III,
cuando me llamó la atención la pintura de un velocípedo negro.
“Mírala ella, qué flamante”- me dije – “eso sí
que es una mano de pintura”.
Hubo un segundo extraño, mezcla
de reflexión y de reencuentro. Ya estaba dándome la vuelta, cuando el
subconsciente me llamó a gritos: “¿No te suena? ¿Si me suena? Que si te suena. ¿Es…
la mía? Es la tuya ¿Es la mííía? Eeees la tuya. Es la mía! Es la mía!”
Rápidamente comencé a reconocerla
más de cerca. La misma Colluer, el mismo timbre, el mismo sillín original,
especial para mujeres...
(¿El original??)
Este detalle me confundió un poco. Hacía más
de dos años que el sillín de mi bici había dejado de ser el original. Alguien
le había robado el sillín mientras estaba aparcada en la Plaza de España. Me
llevó casi cuatro meses encontrar un sillín compatible con la tija de aquella
bici, mucho más ancha que la de otras bicicletas.
Así que no podía ser mi biciclo…
Pero, se parecía tanto… Los mismos puños, las mismas manetas, la misma
dirección, el mismo cuadro… hasta los accesorios eran iguales… Y los frenos…
pero si le falta un freno! ¿Quién lleva una bicicleta como ésta sin un freno? Y
¿Qué cojines es esa cadena… de eslabones de establo? ¿Quién protege una bici con esta cadena… del
año del perolo? Y el candado… un candado de taquilla de gimnasio… y nuevo… y
ese que está en el suelo es igualito… y también está nuevo… ¿Quéeee? El del
suelo es igual a éste… Pero, el sillín es el original… ¿BI 1339? “Qué curioso
que tenga tanto parecido”
Fue entonces cuando recordé que
una vez, buscando a mi antigua camarada de aventuras, había subido unas cuantas
fotos a Facebook y Google, y en algunas aparecía el número de serie de mi ex
velocípedo. Suerte que tengo internet en el móvil. Pero… uf! Qué mal se ven las fotos desde un
Samsung Mini… Y con la luz del día sobre la foto… Claro que podría haberlas
revisado a gusto si me hubiese ido a mi casa, pero no quería irme de allí hasta
verle la cara al dueño de la bici.
“Quiero ver quién se sube a ese
sillín. De aquí no me muevo. Del barco de Chanquete, no nos moverán… Noooo,
noooo, no nos moverán… “
Mi Dos-Ruedas-Colluer había sido
el regalo, “illo tempore”, de un amigo que tiene por costumbre guardar todas
las facturas. Seguro que podía encontrar el número de serie. BI 1339. Ya había
comenzado a entablar conversación con mi amigo, cuando se me acercó un sujeto
que iba a echarle la mano a la bici.
-
¿Es suya esta bicicleta? – Le pregunté.
El tipo no decía ni sí ni no,
pero alargó el brazo para tapar el freno que faltaba y empezó a enrollar el
cable suelto de la cincha inexistente alrededor del tubo de dirección. Como
ido, el pobre. Entonces golpeó mi pituitaria el efluvio del sujeto, que ahora
estaba algo más cerca. Un ligero movimiento convirtió el efluvio en vaho… tufo…
hedor… y hasta en pestazo! Vade retro! Qué hace en Palma este individuo del
aroma de Patrix? A la casba con la peste!
Y vaya roña entre las bielas, el
plato y los pedales. Medio kilo de polvo metido en los piñones y el cambio
trasero.
- - ¿Es suya esta bicicleta? – Insistí.
- - Eehhh… noee…
El tipo no dejaba de toquetear el
freno. Venga a enrollar el cable en el telescopio. Y qué sucio estaba el
telescopio!
- - No, claro que no! Porque esta bicicleta es mía! Es
la que me robaron el año pasado!
- - Pues, si tiene pruebas… ¿por qué no llama a la
policía?
- - En eso estamos (dije con la boca pequeña,
mientras miraba con asco el estado de los frenos, la cadena, el plato… y la
mugre que cubría las llantas y el cuadro).
Así que “Pestazo” se fue a buscar
a la poli, que apareció a caballo, mirando hacia abajo, condescendiente, desde
las alturas. Como en una película de la poli montada del Canadá. (Hiiiiii! –
relinchó el caballo… por dentro…)
- - Ya nos han contado lo ocurrido (léase con gesto
de poli montado a caballo).
- Sí, pero estoy llamando a un amigo para que me
confirme el número de serie.
- - De acuerdo. Esperaremos aquí al lado, hasta que
lo ratifique.
Lamentablemente, mi amigo me dio
un número equivocado, que ni era el de serie ni se parecía en nada al que lucía
sobre la bici. Así que me tocó decirle al jinete que la serie era otra.
Me marché a casa, trastocada,
sobre mi nuevo “Ferrari”.
Pero al llegar a casa recordé la
sesión de fotos con mi amigo Andreu, el fotógrafo de Magenta, con el que
Dos-Ruedas-Colluer, Mónica, Juan y yo habíamos pasado una mañana estupenda en
una mágica sesión de fotos. Y en las fotos, de una definición enorme, se veía
claramente el número BI 1339.
Corrí hacia Jaime III todo lo
aprisa que me dieron las piernas, pero mi dos ruedas ya no estaba.
- - Jo, lo siento – dijo mi amigo Andreu.
Por un segundo volvieron las
exequias de la antigua bici negra. Pero luego recordé el estado del cuadro y de
las bielas, el kilo de polvo que cubría la cadena y el aroma de Pestazo. Y miré
a mi Dos-Ruedas-Roja, mi nuevo Ferrari, que ya se ha convertido en mi nueva
compañera de aventuras. Y me alegré de que la antigua haya servido de algo a
una persona que, dejando aparte el aroma, ha demostrado ser, por lo menos,
amable.
Por cierto, si alguna vez se me
ocurre volver a atar mi bici a una señal de tráfico, procuraré colgar de la
maneta una pastilla de jabón.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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