Saturday 2 July 2016

EL REENCUENTRO




Pues así es. Hace un año, después de una clase difícil y algo más cansada que de costumbre, deje una bici aparcada en la calle, atada a un poste y con la intención de bajar más tarde a por ella.  Aquella fue la última vez en que vi a mi dos-ruedas negra. Fue así como empezó una historia de rastreo y desengaño, buscando a mi negra compañera por las calles y tiendas  de ocasión, poniendo carteles por internet y ocupando ilegalmente la vía pública con octavillas, hasta que la di definitivamente por perdida, pasé mi luto por la compadre que ya nunca volvería y me compré una bici nueva, intentando olvidarme de los hechos.

Hace poco, un jueves recién salida del trabajo, cabizbaja y con la mente  llena de cuadrix, me dispuse a darme un homenaje a base de bizcochos del Corte Inglés. Acababa de atar mi nueva bici al aparcamiento de Jaime III, cuando me llamó la atención la pintura de un velocípedo negro.

 “Mírala ella, qué flamante”- me dije – “eso sí que es una mano de pintura”.

Hubo un segundo extraño, mezcla de reflexión y de reencuentro. Ya estaba dándome la vuelta, cuando el subconsciente me llamó a gritos: “¿No te suena? ¿Si me suena? Que si te suena. ¿Es… la mía? Es la tuya ¿Es la mííía? Eeees la tuya. Es la mía! Es la mía!”

Rápidamente comencé a reconocerla más de cerca. La misma Colluer, el mismo timbre, el mismo sillín original, especial para mujeres...

(¿El original??)

 Este detalle me confundió un poco. Hacía más de dos años que el sillín de mi bici había dejado de ser el original. Alguien le había robado el sillín mientras estaba aparcada en la Plaza de España. Me llevó casi cuatro meses encontrar un sillín compatible con la tija de aquella bici, mucho más ancha que la de otras bicicletas.

Así que no podía ser mi biciclo… Pero, se parecía tanto… Los mismos puños, las mismas manetas, la misma dirección, el mismo cuadro… hasta los accesorios eran iguales… Y los frenos… pero si le falta un freno! ¿Quién lleva una bicicleta como ésta sin un freno? Y ¿Qué cojines es esa cadena… de eslabones de establo?  ¿Quién protege una bici con esta cadena… del año del perolo? Y el candado… un candado de taquilla de gimnasio… y nuevo… y ese que está en el suelo es igualito… y también está nuevo… ¿Quéeee? El del suelo es igual a éste… Pero, el sillín es el original… ¿BI 1339? “Qué curioso que tenga tanto parecido”

Fue entonces cuando recordé que una vez, buscando a mi antigua camarada de aventuras, había subido unas cuantas fotos a Facebook y Google, y en algunas aparecía el número de serie de mi ex velocípedo. Suerte que tengo internet en el móvil.  Pero… uf! Qué mal se ven las fotos desde un Samsung Mini… Y con la luz del día sobre la foto… Claro que podría haberlas revisado a gusto si me hubiese ido a mi casa, pero no quería irme de allí hasta verle la cara al dueño de la bici.
“Quiero ver quién se sube a ese sillín. De aquí no me muevo. Del barco de Chanquete, no nos moverán… Noooo, noooo, no nos moverán… “

Mi Dos-Ruedas-Colluer había sido el regalo, “illo tempore”, de un amigo que tiene por costumbre guardar todas las facturas. Seguro que podía encontrar el número de serie. BI 1339. Ya había comenzado a entablar conversación con mi amigo, cuando se me acercó un sujeto que iba a echarle la mano a la bici.

-          ¿Es suya esta bicicleta? – Le pregunté.

El tipo no decía ni sí ni no, pero alargó el brazo para tapar el freno que faltaba y empezó a enrollar el cable suelto de la cincha inexistente alrededor del tubo de dirección. Como ido, el pobre. Entonces golpeó mi pituitaria el efluvio del sujeto, que ahora estaba algo más cerca. Un ligero movimiento convirtió el efluvio en vaho… tufo… hedor… y hasta en pestazo! Vade retro! Qué hace en Palma este individuo del aroma de Patrix? A la casba con la peste!

Y vaya roña entre las bielas, el plato y los pedales. Medio kilo de polvo metido en los piñones y el cambio trasero.

-        -   ¿Es suya esta bicicleta? – Insistí.

-      -     Eehhh… noee…

El tipo no dejaba de toquetear el freno. Venga a enrollar el cable en el telescopio. Y qué sucio estaba el telescopio!

-          - No, claro que no! Porque esta bicicleta es mía! Es la que me robaron el año pasado!

-        -   Pues, si tiene pruebas… ¿por qué no llama a la policía?

-       -  En eso estamos (dije con la boca pequeña, mientras miraba con asco el estado de los frenos, la cadena, el plato… y la mugre que cubría las llantas y el cuadro).
Así que “Pestazo” se fue a buscar a la poli, que apareció a caballo, mirando hacia abajo, condescendiente, desde las alturas. Como en una película de la poli montada del Canadá. (Hiiiiii! – relinchó el caballo… por dentro…)

-      -     Ya nos han contado lo ocurrido (léase con gesto de poli montado a caballo).

    -    Sí, pero estoy llamando a un amigo para que me confirme el número de serie.

-     - De acuerdo. Esperaremos aquí al lado, hasta que lo ratifique.

Lamentablemente, mi amigo me dio un número equivocado, que ni era el de serie ni se parecía en nada al que lucía sobre la bici. Así que me tocó decirle al jinete que la serie era otra.

Me marché a casa, trastocada, sobre mi nuevo “Ferrari”.

Pero al llegar a casa recordé la sesión de fotos con mi amigo Andreu, el fotógrafo de Magenta, con el que Dos-Ruedas-Colluer, Mónica, Juan y yo habíamos pasado una mañana estupenda en una mágica sesión de fotos. Y en las fotos, de una definición enorme, se veía claramente el número BI 1339.

Corrí hacia Jaime III todo lo aprisa que me dieron las piernas, pero mi dos ruedas ya no estaba.

-       -    Jo, lo siento – dijo mi amigo Andreu.

Por un segundo volvieron las exequias de la antigua bici negra. Pero luego recordé el estado del cuadro y de las bielas, el kilo de polvo que cubría la cadena y el aroma de Pestazo. Y miré a mi Dos-Ruedas-Roja, mi nuevo Ferrari, que ya se ha convertido en mi nueva compañera de aventuras. Y me alegré de que la antigua haya servido de algo a una persona que, dejando aparte el aroma, ha demostrado ser, por lo menos, amable.


Por cierto, si alguna vez se me ocurre volver a atar mi bici a una señal de tráfico, procuraré colgar de la maneta una pastilla de jabón. 




Copyright Luisa Fernández Baladrón

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