El jueves me llevé un sustazo. En la clase de adultos, el portátil se quedó
con la pantalla en negro. Podía entrar normalmente, pero inmediatamente
después... nada. Sólo el cursor de aquí para allá, haciendo de las suyas. Puff!
Avería en cuesta de enero. Apagué el aparato y le recé a todos los santos y en
todos los idiomas.
Una parte de mí me recordaba que existía la providencia. La otra se compró
en el Mercadona un paquete de dos libras de chocolate que se zampó con ahínco
mientras conducía la bicicleta en dirección al repara-ordenatas. Tranquila,
todo va a ir bien. Con los dientes activos y la boca repleta del sabor dulzón
de la manteca de cacao. Incluso me bajé de la bicicleta y la lleve durante un
rato a mi lado para poder abrir una lata de cola que acompañase al chocolate.
Los adictos sabemos muy bien que la combinación choco-cola es un bombazo
mortal.
Calma, que hay solución. Con el ordenador a la espalda, bajando la mochila
de vez en cuando para cortar otro par de onzas. Parando y apoyando la bicicleta
en cada ocasión. Hasta que acabé por coger diréctamente la tableta y quedármela
en la mano para ir consumiendo. Pero entonces me faltaban apéndices y tuve que
introducir la lata en uno de los bolsillos de la parca. Horror de los horrores:
la cola inundó el bolsillo con el vaivén de las caderas.
Y así, con la serenidad que da creer en la providencia... y la bici a un
lado, el ordenador a la espalda, el chocolate en la mano, la boca llena de
dulce, la expresión cambiada por efecto del chute de azúcar y la parca manchada
de cola, entré en el taller de los elfos.
-
Mam
ogdenadaam nom funcionaaam – todavía con la boca repleta.
Y ahí vino el toque de varita mágica. Tardó unos veinte minutos repararlo y
lo mejor de todo es que el ordenador aún estaba en garantía y la actualización
estaba cubierta.
Por la tarde volví a ponerme el portátil a la espalda. Esta vez para ir a
domicilio, con muchas fotos y grabaciones. Fue una clase estupenda para chicas
motivadas sobre el caballero más querido: Don Dinero.
Y al volver, tarareando la canción que había introducido la clase, algo me
recordó el chocolate. La providencia existe... y también la indigestión.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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