“A nadie le amarga un dulce, pero
cuando te duele algo solo piensas en estar bueno.”
En la noche de la primera a la segunda Navidad una
infección de oídos me hizo recordar lo que es el dolor y para que sirven las
medicinas. En cuanto el farmacéutico puso los medicamentos en mi mano me faltó
tiempo para correr a casa a engullir ración con la ansiedad del mayor adicto.
Me quede dormida, arropada en cienmil mantas y recuperando todo el sueño que
había perdido desde la noche.
Y al despertarme el dolor había pasado. Habría besado los
pies del que inventó los calmantes y hasta el inmundo guardapolvo del primero
que machacó la fórmula en un mortero.
Mi mayor agradecimiento a todos estos que dejan sus horas
y sus días en la búsqueda de un remedio frente a la dolencia. La avaricia de
los grandes laboratorios farmacéuticos empaña con frecuencia su trabajo. Pero
el negocio y la vocación todavía son cosas diferentes.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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