Thursday 26 February 2015

LA MEJOR COMPAÑÍA

Una alumnita de seis años me ha preguntado si tenía hijos. “¿Ni un novio? ¿Ni un perrito? ¿Vives sola, sola, sola? ¿No te sientes muy solita?”

Lo cierto es que nunca me he sentido más acompañada que entre las paredes de este piso. Asistida de la libertad de hacer, de escribir, de leer, de pintar, de hablar con todo el mundo a través del ordenador o del teléfono. Sin la limitación de tener que explicar en cada momento cada detalle pretendidamente extraño. Como tomar té a todas horas o desayunar tortilla de patatas. Dormir con la puerta de la habitación abierta y sin haber conectado el despertador; despertarse cuando comienza a hacerse de día. Enrollarse en una manta al salir de la cama. Disfrutar de la ducha caliente. Estudiar o escribir hasta tarde; pintar maragatos. Recibir a unos amigos en casa; leer juntos un libro y hablar hasta tarde. Atar la bici a la puerta. Reírse como un adolescente. Mantener una conversación por teléfono sin pensar a quién molesta. Es asombrosa la calidez de esa compañía hecha de lápices, libros, ordenador, té y calefacción.

Abandono es el que se siente en la corte, cuando la comitiva no es la más adecuada. En compañía de esos que consideran cada una de nuestras decisiones un síntoma de locura.  Con ese amigo que te aconseja un psiquiatra porque has vuelto a cambiar de trabajo. Él, que ha desempeñado más de treinta en su vida laboral. Él que se ha casado y divorciado y vuelto a casar. Él que no visita a los hijos de su primer matrimonio y se emperra en tener hijos del segundo por adopción.  

Soledad es la diferencia por razón de origen o de raza o de posición social. Es ese chiste sin gracia sobre los nacidos en qué se yo qué sitio. Es ese novio que te dice que, en el fondo, sigue enamorado de una chica de quince años a la que nunca se atrevió a declararse hace más de treinta. Es ese colega que te hace dudar sobre tu capacidad en el trabajo; ese jefe que aprovecha su posición para vengarse de la pesadumbre que pasó en su propia infancia. Es ese perro al que la dirección de una escuela admite un día en un aula y que decide orinarse justamente en tu zapato.
             
Pero en mi casa, en estos cuatro muros, con una taza que huele a frambuesa y los pies enfundados en zapatillas; un folio en blanco y una caja de colores; en mi silla, con mi música y con mis libros no hay soledad, sino sentido de pertenencia.   

Añado mi foto para el “throw back Thursday”. Palma, julio de 2006.





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Copyright Luisa Fernández Baladrón

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