Tuesday 9 August 2016

LAS PATRULLAS URBANAS



Tengo una amiga con ciertos problemas de socialización que le impiden tener un trabajo constante y, en consecuencia, una vida normal. En internet se anuncian a menudo magos, brujos, coachers y loqueros a los que nuestra amiga ha acudido siempre que su situación financiera se lo ha permitido, aunque, hasta ahora, nunca había tenido demasiado éxito.

Hace poco, la colega volvió a quedarse sin empleo, como siempre debido a su dudosa capacidad de relación con otros de su género. Fue entonces cuando, buscando y rebuscando alguna poción, descubrió el video de una mujer muy conocida por su capacidad de sanación de problemas. En el blog de la sanadora se anunciaba un curso gratuito de varios días que tendría lugar a principios de agosto en Vila Nova de Cacela, en pleno Algarve portugués. Portugal está ahora en temporada alta y los hoteles por las nubes. Así que nuestra ya popular misántropa, obcecada en solucionar su problema social, decidió partir mochila a la espalda, dispuesta a hacer noche en la playa. Más aun: dado que los billetes a Faro estaban agotados, partió con día y medio de margen para poder hacer autostop al llegar a Lisboa.

Y hete aquí que, tras ciertas peripecias y con cuarenta grados a la espalda, la compañera pisaba Manta Rota, soberbia playa del sur luso. Hacia las nueve y media y con el cielo casi oscuro y un par de familias en la playa, entró el coche escoba. Pronto, nuestra colega era la única que quedaba en la playa. Fue en aquél momento cuando se encendieron las luces frontales del chiringuito y la música del coche escoba comenzó a aumentar de volumen, mientras el conductor avisaba por micrófono a otras personas del pueblo. Los paisanos fueron regresando a la playa poco a poco, como llamados por un sonido extraterrestre: parejas, amigos, familias con niños. Pero esta vez no venían con toallas ni con cestas, sino con linternas. Los voluntarios bajaban hasta la orilla de la playa, revisaban con las linternas en el interior de toilettes, vestuarios y duchas, y enfocaban finalmente a la extranjera que aun estaba en la playa.
Las linternas aumentaban y también el volumen de la música y del altavoz que alertaba al resto de los paisanos, pero nuestra querida chiflada seguía allí, en la playa; algo obstinada, aunque dispuesta a marcharse si alguien se lo pedía. Hasta que comenzaron a oírse los ladridos de los perros. Primero uno; luego otro. En poco tiempo, una jauría. Y nuestra amiga decidió que su mal social no era tan grave como para llegar a la psicopatía, y que más valía recoger la mochila, encender la luz del móvil, que no funcionaba en Portugal a falta de roaming, y salir suavemente para evitar la eventual tarascada perruna.

Inmediatamente se apagaron las luces del chiringuito, el coche escoba, la música y el altavoz. Y los paisanos volvieron a sus casas, dejando la playa totalmente vacía.

Por cierto: los únicos perros que de verdad pudo ver nuestra amiga fueron un boloñés, un frisé, un salchicha y el can gemelo de “Coraje”, famoso perro cobarde de la ancianita Murriel. Los espantosos ladridos estaban grabados.

Un abrazo desde Palma. En la foto, una cala de Mallorca. Sin patrullas, pero igualmente impecable.






Copyright Luisa Fernández Baladrón

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