Monday 23 March 2015

EL COLOR DE MALLORCA

Un amigo encargó a un ebanista un trabajo para su casa: una librería adosada a la pared, bien rematada con coquetos asientos con los que poder contemplar la calle desde una galería. Para hacer esta tarea, el compañero no escatimó en el presupuesto. Contrató los servicios de un refinado artesano que cortase los anaqueles. A las explicaciones y mediciones de rigor siguió un generoso cálculo de honorarios, que fueron inmediatamente aceptados y parcialmente adelantados por el compañero.
El mueblista solicitó a nuestro hombre si podía preparar el grueso del trabajo en su propio domicilio e instalarlo después en el lugar correspondiente. Razonaba el ebanista que su residencia estaba mucho más equipada en máquinas que la del cliente y, además, se evitarían un buen número de ruidos y residuos molestos. El cliente aceptó encantado en cuanto oyó el razonamiento.
Días más tarde vino la instalación de las repisas. El interesado contempló con afán el montaje de tablas y más tablas. De repente llegó la conclusión.
“Ya está” – le oyó decir al ebanista – “¿Qué le parece?”
Horrorizado, mi amigo contempló un espectáculo mucho más parecido a un nicho que a una vitrina. A los cajones rectos y sin gracia los adornaba una falta total de ajuste a la pared. Ni cristal, ni puerta, ni pestillo. Para coronar la obra maestra, el artesano regaló a nuestro amigo un pequeño marco de color negro con una foto de crisantemos que depositó, justamente, sobre la parte más baja de la biblioteca.
- “El crisantemo es el color de Mallorca” – sentenció el artesano.
Mi amigo, que es muy buen hombre pero algo inseguro, no se atrevió a decirle al maestro lo que pensaba. En su lugar, se pasó por la casa de un tercero, al que llamaremos Mario, para pedirle que se acercara a darle su opinión.
Mario dejó todo a un lado para ir a ver la obra cuanto antes. Resta decir cuál era su verdadera opinión sobre aquél engendro. Pero el buenazo de Mario no quiso apenar a nuestro hombre. Así que se limitó a decirle que le parecía diferente. Algo más reconfortado, el cliente envió al mueblero la transferencia del resto de la deuda.
Por la tarde llegó a casa su mujer. Y, por supuesto, la esposa no escatimó en adjetivos que dejasen clara su opinión sobre la obra maestra.  Indignado, mi amigo corrió a casa de Mario para contarle la reacción de su mujer. Y allí se encontró al ebanista, que acababa de instalar en casa de su amigo una vitrina idéntica a la que él había encargado.
Cuando tengas alguna duda, pregúntale a tu opinión, no a la de tu vecino.







Copyright Luisa Fernández Baladrón
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