La paradoja de este lugar es que ha sido comprado por los ricos y sigue
siendo usado por los pobres. Quienquiera que haya comprado esos raquíticos
pisos millonarios no lo tendrá muy fácil para recuperar lo que ha invertido: ni
para alquilarlos a precio de oro ni para venderlos obteniendo ganancia. El que
puede pagar esos precios no acepta vivir en un lugar pequeño. Así que, de
momento, mientras nuestros estadistas no
decidan ponerle puertas al mar, aquí seguimos recuperándonos del resto del día,
de la semana: en el lejano jardín de nuestra casa. Esa en la que cerramos la puerta de entrada y
abrimos las de dentro; en la que nada nos afecta.
Mañana empieza otra vez el combate. Y puede que también esa intención de
devastar la ribera construyendo un puerto tan grande como innecesario. Pero hoy
la conquista es nuestra. Aun tenemos Molinar para patinar, nadar, caminar y
disfrutar del paseo en bicicleta.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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