Thursday 23 October 2014

INFRINGIENDO LAS NORMAS


Hoy ha sido un día delincuente: he madrugado para encontrar un nuevo alumno. Conseguir un nuevo fichaje sin contar con los fondos del Real Madrid se resume en las siguientes palabras: entregar octavillas impresas con el PC a las puertas de los colegios de Palma. Bajé el Carrer del Socors, para cumplir con mi objetivo, poniéndome para ello al margen de la norma palmesana. Norma que nunca habría osado incumplir el honrado salario de un decente diputado.

Me coloco cerca de la puerta, en un punto discreto, molestando lo mínimo.

 -          Buenos días! – le digo al papá que acompaña a su niño con una sonrisa, mientras le entrego la culpable octavilla con un transgresor brazo extendido.

Para colmo, ahora les da por poner policías a la puerta de cada colegio, para que se aseguren de que los niños cruzan por el paso de peatón y los automóviles paran a su paso. Cosa que es de agradecer, pero que estresa muchísimo cuando eres un forajido.

La actitud malhechora ha sido un simparar: me fui a dar clases SIN HABERLAS PREPARADO, después de haber luchado con temas varios y sin haber dormido lo suficiente. Así, cual Caperucita paseando por el bosque.

Y en esto recibo una llamada de la dirección de la escuela, advirtiéndome de que tendría un control rutinario esta misma tarde en la clase de los pequeños. Fue como una patada en la espinilla propinada por el Justiciero de la Bicicleta. Preparar las clases de los niños lleva un mundo de tiempo: todas exigen un montón de juegos y de historias repensadas. Y, teniendo ya otras clases durante el día, sólo puede tramar un pequeño esquema y bajar algunas fotos de internet. Fotos que uso para introducir el vocabulario, añadiéndoles el nombre con el Picassa. El resultado, por supuesto, era previsible: mal, mal, mal... dicho en términos un poco más británicos. Para colmo, llamé a una niña por un nombre que no era el suyo. Cosa de la que yo ni me acordaba. Debí de hacerlo de forma inconsciente, cumpliendo con lo que ya es tradición en la familia de mi madre: llamar a cada hijo por los nombres de todos los demás hasta agotar el cupo. El nombre correcto es, por supuesto, el último que uno nombra (Pablodigocarlosdigorafadigogalidigoluisa...). Collejas por doquier, propinadas por el ya popular bastón de papel maché que acompaña al héroe del traje gualdo.

Con las orejas caídas me subí a la bicicleta para dar la última clase del día en el otro centro de las Avenidas. Y, aun bajo los efectos del veredicto volví a casa sin acordarme de recoger la bicicleta: a pie, como el resto de los mortales sin dos ruedas.

Ya en casa, he decidido ser condescendiente y hacer un balance muy diferente de mi propio día. Hoy he trabajado en mantenimiento (arreglo de la casa), en artes gráficas (realización de octavillas), en marketing directo (entrega de las octavillas ante los colegios, acompañada de sonrisa y ayudando a las mamás a entrar en el colegio las sillitas de los bebés), en administración y secretariado (atención de llamadas y reorganización de las citas que tenía para mañana por la tarde para poder atender a una reunión de profesores), en velocipedismo (traslado en bicicleta a todas partes de la ciudad, incluyendo la zona limítrofe de Son Fuster), en psicología (alumnos quejosos que lloran a gusto) y, por si todo esto fuera poco, he impartido cinco horas y media de clase. Así que brindo por mí.

Y, como decíamos cuando jugábamos al “quedas” libro también por todos mis amiguitos. Añado una foto de 2009 para el "throw back Thursday" y me voy corriendo a buscar la bicicleta.



 

 
 
Copyright Luisa Fernández Baladrón

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