Aquí, en Alemania, no existe costumbre de depilarse. En parte porque ellas son más rubias y no se nota tanto. Y en parte porque, simplemente, las alemanas suelen minimizar el tema de la estética. No hay centros de depilación ni existen esas señoras, tan comunes por el sur, que depilan en un salón de su casa a bajo coste. Aquí, si quieres depilatio, te toca calentar la cera y sumarte a la corriente del “do-it-yourself”.
Pues bien: hoy,
sábado día 3 de mayo, con un sol radiante brillando sobre Hamburg desde poco
antes de las 6:00, se me ocurrió que era un buen momento para proceder al
repaso con cera incorporada. Así que, ni corta ni perezosa, deposité sobre el
hornillo de la cocina el bote importado de España en mi maleta de viaje y
esperé a que se calentase. Mientras tanto, fui a resolver un par de asuntos
pendientes en mi habitación.
Cuando volví a la
cocina, unos minutos más tarde, la cera se había volcado fuera del tarro.
Rápidamente retiré el cacharro con la cera y comencé a limpiar lo más rápido
que pude, preocupada por el hecho de que Mel (mi compañera filipina, con quien
me comunico en inglés, a falta de conocimiento del tagalo por mi parte o del
alemán por la suya) pudiese ver el desastre a primera hora de la mañana del
sábado. Limpia que te limpia: la dificultad de la limpieza no era nada, comparada
con la intensidad del humo que entraba diréctamente en los ojos, estropeando
cualquier rimmel de la cara mejor pintada.
Y en esto salta
la alarma de incendios. Mel salió de su habitación, con cara de interrogación y
visiblemente preocupada por el estado en el que se encontraba la cocina.
- Qué estabas cocinando?
- Algo que no debiera haber cocinado.
Apagó la alarma
de incendios, mientras yo abría la ventana de la cocina. Pero el humo era tan
intenso que, al cabo de un rato, se volvió a encender. Mel volvió a apagar la
alarma, pero ésta volvía a saltar una y otra vez. Finalmente, Mel me pasó el
teléfono para que hablase con la empresa de bomberos.
- Bomberos Pepitez, aquí Peporrez.
- Buenos días, me llamo Luisa Fernández. Llamo desde Dreistücke 3. Estaba intentando cocinar algo para el desayuno y se ha quemado. Mi compañera ha intentado apagar varias veces la alarma de incendios, pero se vuelve a encender una y otra vez.
- Sra. Fernández, entiendo que no hay incendio, que sólo hay humo, no es así.
- Sí, exactamente.
- Por favor, quiten la batería de la alarma, abran bien todas las ventanas y vuélvanla a conectar en cuanto todo esté ventilado.
Callada la
alarma, me concentré en la limpieza de la cera que adornaba la superficie de la
cocina. No habían pasado ni diez minutos, cuando llamó un vecino a la puerta.
- Buenos
días. Va todo bien por aquí?
- Ay!
Sí, disculpe. Es que he intentado cocinar algo y se ha quemado. Lo siento
mucho.
- No,
no: es que tengo dos hijos, sabe Usted?
- Sí,
claro, no se preocupe: no hay peligro. Es sólo humo.
- Ha
llamado un vecino?
- Sí,
es que quería saber si había un incendio. Lo siento mucho.
Me llevó una hora
limpiar la cocina.
A partir de
ahora, me paso al club de los oseznos.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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