Friday 5 September 2014

SOBRE UNA FOTO

Esta foto no es mía, pero la he tomado prestada para dedicársela a una amiga que, hace poco, me recordaba que no hay que tener complejos, que cada uno tiene su fuerte.

Fue hace algo más de un mes, cuando me quedé perpleja ante el acordeón formativo de la gente que me rodeaba: sus licenciaturas varias, sus doctorados múltiples, incluso su esmerada y perfecta corrección. “Tu aprende y disfruta lo que puedas, pero de complejos nada que cada uno tiene sus valores.”

Desde aquí, querida amiga Alicia Cáceres, quiero darte la razón. A veces, el exceso de titulación y de esmero puede restar esa espontaneidad y esa fuerza que tienen, normalmente, los letrados de nuestra tierra. Esa que tiene, por ejemplo, mi amigo Pedro Blanco Lodeiras, a quien ví hace muchos años defendiendo un caso en el juzgado con una rapidez mental y de palabra que habría dejado confundidos a muchos. O la que tienen mis amigas Betina Estévez y María Isasi cuando discuten sobre un tema jurídico. No siempre son los tres o cuatro doctorados internacionales, ni las ocho licenciaturas las que te dan la razón frente a otro que intenta quitártela.

La enorme especialización crea, a veces, situaciones extrañas. Como la de los abogados de “back office”, que dedican su vida laboral a corregir las comas y los puntos de los escritos, de las traducciones, de los informes de otros. Cada escrito pasa por mil manos; cada mano cambia un poco el escrito... hasta que vuelve a su autor convertido en un ser independiente, mayor de edad, al que no conoce ni su padre.

Desde aquí, un abrazo enorme a mis queridos amigos los juristas españoles: sin corrección, sin “back office”; a veces, incluso, sin secretaria. Maestros de la improvisación, de la rapidez, de la mano izquierda; discípulos, sin saberlo, del otrora fallecido Gonzalo Fernández de Córdoba, a quien Fernando el Católico pidió cuentas de los gastos en que había incurrido en la campaña frente a los franceses. No necesitó ni veinticuatro horas para presentar una explicación con la que enmudeció a los tesoreros:

Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.
 
Copyright Luisa Fernández Baladrón

Usted puede utilizar este enlace en su página, reenviar este texto o distribuir el documento completo de forma GRATUITA y SIN MODIFICARLO. No puede modificar, extraer o copiar este texto sin la autorización de su autor.
 

No comments:

Post a Comment