Monday 1 September 2014

SOBRE DOS RUEDAS


Hoy me he levantado especialmente temprano. Quería comenzar a hacer un inventario. Una forma algo drástica, pero relativamente efectiva de tomar contacto. Acompañada por mi amiga de dos ruedas, equipada con LED delante y detrás. Ahora le ha dado por hacer ese ruido que indica que las gomas del freno están cristalizadas. La ventaja es que no necesito timbre: el ruido metálico pone a todo el mundo sobre aviso.


La aparqué sobre la acera, atada a una señal de tráfico, justo frente a la oficina. Dentro, Reme, la señora de la limpieza, preocupada con la suerte del último limpiacristales.


-          Es que apoyó la escalera de mano sobre la escalera de caracol.


El bueno de Pepe lo había hecho con la sana intención de dejar inmaculados los espejos de la oficina. Pero, en lugar de brillo, consiguió una caída en picado y un ingreso en la UCI.


Mientras Reme hablaba, yo contaba revistas y paquetes de folios.


Lo del inventario no ha sido una obligación, sino el resultado de redoblar los esfuerzos. Sí, sí, amigo de taitantos: seguro que tú ya has vivido la experiencia de una voz empostada que habla para que los demás oigan que te están explicando... al tiempo que una mano pasa pantallas a velocidad de vértigo. Y las múltiples pantallas no guardan relación alguna con la explicación de la voz engolada. El tono de voz suele acompañarse de juicios nefastos sobre los compañeros con los que vas a tener que trabajar, con los que la persona que “explica” ya ha compartido horas de vuelo.


Yo, cuando me ocurre algo así, simplemente, duplico el esfuerzo... y me compro un tubo grande de pasta de dientes.
 

Desde mi mesa veía a mi compañera de dos ruedas. Fue una suerte tenerla allí, esperando a que saliese de entre los cristales lustrosos. Seguro que Karl Drais pensó en el velocípedo cuando se sentía solo en la inspección forestal.


Al mediodía, la señorita dos ruedas me acompañó en un rápido paseo por el centro. En el viaje se me ocurrió lo del arqueo de caja. Y luego comencé a revisar las solicitudes de información presentadas por los clientes. Quería saber cuál era la media de tiempo necesario para contestarlas.


Por la tarde, allí estaba: esperando.  Monté sobre el sillín, mientras dos ruedas rechinaban como un camión viejo de ocho, distrayendo la preocupación de los temas laborales. Y volví a casa, por el carril de bicicletas, con intención de cambiar las zapatas.


Y, al terminar, la preocupación se había esfumado. Muchas gracias, señor Drais. Es usted un tío estupendo. Haga llegar mis saludos a la inspección forestal.





 
Copyright Luisa Fernández Baladrón

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