Va a resultar que no era tan imposible la sugerencia que Javier me
hacía la semana pasada, cuando hablábamos del último móvil que me
robaron en la calle Blanquerna, a principios de octubre. “O eres
muy despistada” – decía Javier – “o hay alguien que va
siguiéndote por ahí”.
Hoy he llegado antes de la hora a una de las casas de mis alumnos.
Así que no me sorprendió que nadie contestase al telefonillo cuando
llamé por primera vez. Ya iba a llamar de nuevo cuando se me acercó
un chico de unos veinte años, de aproximadamente un metro ochenta,
moreno con barba y bigote frondosos, bien recortados (igual que el
pelo), con ojos grandes y negros. El chico se colocó sobre la puerta
de la entrada e intentó empujarla. Me retiré hacia un lado y, desde
luego, no volví a llamar al interno.
-
¿No vas a abrir? – me dice
-
Es que no tengo llave
-
¿No vives aquí?
-
No – le contesté.
-
Es que yo soy el vecino del primero. He estado con esta señora que vive en el segundo. Una señora mayor...
-
¿Una señora mayor...?
-
Sí, bueno, para mí es mayor... como de unos treinta y seis años. Tiene unos niños. Me ha dicho que viniese corriendo a avisarte, porque hemos tenido que llevar a la niña al hospital, que se nos ha puesto mala... Sí, me ha dicho: vete a avisar a Luisa... porque, ¿tú te llamas Luisa, no?
Al pronunciar mi nombre, la historia comenzó a tener la veracidad de
la que antes carecía.
-
Pues me ha dicho que vayas a comprar la medicina para la niña, que la necesita urgentemente. Que vayas a comprarla a la farmacia.
-
Que vaya yo a comprarla a la farmacia...??
-
Sí... o puedo ir yo... pero cuesta veinte euros. Ella me ha dicho que me los dejes, que luego te los devuelve.
Casualmente no llevaba dinero encima. Algo que ha sido característica
de la que suscribe desde las épocas en que llevaba calcetines.
- Bueno! Yo tengo diez euros... si me dejas otros diez ya me llega.
-
Es que no llevo dinero...
La madre de los niños confirmó posteriormente la falsedad de la
historia contada por el veinteañero. Por supuesto, he ido hacer una
visita a la comisaría.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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