Ya estoy sentada en mi apartamento, con las maletas y las cajas aun a
medio deshacer. Mi dos ruedas aparcada en el portal, atada a la
barandilla con uno de esos candados de cuatro kilos. Llevando,
trayendo y con los restos de fibra óptica detras de la escoba, no sé
si por superstición celta de no barrer por la noche o por simple
“cansancius vulgaris”.
Por primera vez en mis jóvenes taitantos uso una línea ADSL en
exclusiva. Meter la clave en el ordenador; cerrar la puerta de la
entrada y dejar todas las demás abiertas; abrir la ventana de par en
par, a mi antojo y sin cortinas: quien se moleste que no mire. Cortar
la cebolla sobre una tabla nueva, con un cuchillo afilado y el
ordenador a un lado; escuchar a los alemanes de Mallorca hablando por
esa Insel Radio de eso que ellos llaman noticias; tomarse un té.
Libre.
Ayer, antes de entrar a dar clase a los niños pequeños, uno de
ellos se abrazó a mí de forma espontánea. Y allí fueron los
demás: a imitar al primero. En unos segundos estaba rodeada de una
pared de un metro de niños de seis a ocho años.
A la hora de la salida, el espontáneo no quería irse:
- Yo me lo paso bien aquí.
Me han regalado sus primeros dibujos. Esos en los
que papá se escribe sin acento y daddy con una d. Y ahora los
comparto con vosotros.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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