Hoy me he
levantado especialmente temprano. Quería comenzar a hacer un
inventario. Una forma algo drástica, pero relativamente efectiva de
tomar contacto. Acompañada por mi compañera de dos ruedas, equipada
con LED delante y detrás. Ahora le ha dado por hacer ese ruido que
indica que las gomas del freno están cristalizadas. La ventaja es
que no necesito timbre: el ruido metálico pone a todo el mundo sobre
aviso.
La aparqué sobre
la acera, atada a una señal de tráfico, justo frente a la oficina.
Dentro, Reme, la señora de la limpieza, preocupada con la suerte del
último limpiacristales.
-
Es que apoyó la escalera de mano sobre la escalera de caracol.
El bueno de Pepe
lo había hecho con la sana intención de dejar inmaculados los
espejos de la oficina. Pero, en lugar de brillo, consiguió una caída
en picado y un ingreso en la UCI.
Mientras Reme hablaba, yo contaba
revistas y paquetes de folios.
Lo del inventario
no ha sido una obligación, sino el resultado de redoblar los
esfuerzos. Sí, sí, amigo de taitantos: seguro que tú ya has vivido
la experiencia de una voz empostada que habla para que los demás
oigan que te están explicando... al tiempo que una mano pasa
pantallas a velocidad de vértigo. Y las múltiples pantallas no
guardan relación alguna con la explicación de la voz engolada. El
tono de voz suele acompañarse de juicios nefastos sobre los
compañeros con los que vas a tener que trabajar, con los que la
persona que “explica” ya ha compartido horas de vuelo.
Yo, cuando me
ocurre algo así, simplemente, duplico el esfuerzo... y me compro un
tubo grande de Profident.
Desde mi mesa
veía a mi compañera de dos ruedas. Fue una suerte tenerla allí,
esperando a que saliese de entre los cristales lustrosos. Seguro que
Karl Drais pensó en el velocípedo cuando se sentía solo en la
inspección forestal.
Al mediodía, la
señorita dos ruedas me acompañó en un rápido paseo por el centro.
En el viaje se me ocurrió lo del arqueo de caja. Y luego comencé a
revisar las solicitudes de información presentadas por los clientes.
Quería saber cuál era la media de tiempo necesario para
contestarlas.
Por la tarde,
allí estaba: esperando. Monté sobre el sillín, mientras dos
ruedas rechinaban como un camión viejo de ocho, distrayendo la
preocupación de los temas laborales. Y volví a casa, por el carril
de bicicletas, con intención de cambiar las zapatas.
Y, al terminar,
la preocupación se había esfumado. Muchas gracias, señor Drais. Es
usted un tío estupendo. Haga llegar mis saludos a la inspección
forestal.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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