Hoy he ido a dar
un paseo al terminar el trabajo. Uno de esos del siglo XIX: pisando
calles y doblando esquinas; sin meterme en ningún sitio en especial,
saludando con la mano a los conocidos, deteniéndome a charlar en el
camino, entorpeciendo el paso del resto de los transeuntes. Y he
comenzado a recordar los cafés de Palma; a buscarlos por los
rincones de la zona vieja (dónde quedaba aquél...? Cómo se llamaba
aquél otro...?).
Si algo abunda en
Palma son los cafés. No me refiero a esos bares en los que se reúne
la gente a tomar una tapa y una cerveza; tampoco a las terrazas de
verano; ni siquiera a esos cafés presumidos, tipo Cappuccino o 1916.
Me refiero a esos lugares en los que la lectura se mezcla con la
conversación de los amigos: Sa Llotja, Café Lírico, Al Vent del
Mon, Antiquari, Librería de Babel, Café des Teatre, Sa Botiga des
Buffons. Lugares tranquilos, de candiles amarillos y mesas
personalizadas; zonas de enorme respeto mútuo, en las que conviven
nacionalidades, culturas, ideologías diversas. Lugares de encuentro
para aquellos que tienen en común el gusto por los libros.
Los cafés son
una de esas mil razones para enamorarse de Palma. Sólo conozco otra
ciudad capaz de tener tantos: Viena. Allí el café se adorna con
trozos de tarta y periódicos de todo el mundo, provisionalmente
“encuadernados” en tablillas de madera que cuelgan de un perchero
circular. Landtmann, Sperl, Korb, Leopold, Celsior... y mi favorito:
el Café Museum, en el Operngasse. Mi amiga Lucia Pessot y yo nos
hemos sentado alguna vez en una de esas mesas oscuras de madera.
Bajé la cuesta
de la Pol, subí por el carrer d’Arabí; me detuve en Margarita
Caimari. Con la luz ténue y amarilla de los faroles, reviviendo las
épocas pontevedresas en que jugábamos a las canicas frente al
edificio de Hacienda al salir de la clase de inglés. O aquellos años
de Santiago, sentada en el Metate con mis amigas Mery y Betina; o con
los amigos de la Escuela de Práctica Jurídica. Contemplándolos
desde fuera, sin meterme en ninguno.
Entré en un
centro comercial y me “probé” el “Eau de Rochas”, frente a
la mirada fulminante de la dependienta, que ya me conoce casi de
memoria. Saqué del bolso una botella de agua y me senté frente al
comercio, aprovechando el frescor de la noche.
Y volví a casa pensando en la
jornada de mañana.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
Usted puede utilizar este enlace en su página, reenviar este texto o distribuir el documento completo de forma GRATUITA y SIN MODIFICARLO. No puede modificar, extraer o copiar este texto sin la autorización de su autor
asesorfiscal, binissalem, binisalemhttp://www.fernandezbaladron.com
No comments:
Post a Comment