Wednesday 27 January 2016

LOS CAFÉS DE PALMA




Hoy he ido a dar un paseo al terminar el trabajo. Uno de esos del siglo XIX: pisando calles y doblando esquinas; sin meterme en ningún sitio en especial, saludando con la mano a los conocidos, deteniéndome a charlar en el camino, entorpeciendo el paso del resto de los transeuntes. Y he comenzado a recordar los cafés de Palma; a buscarlos por los rincones de la zona vieja (dónde quedaba aquél...? Cómo se llamaba aquél otro...?).

Si algo abunda en Palma son los cafés. No me refiero a esos bares en los que se reúne la gente a tomar una tapa y una cerveza; tampoco a las terrazas de verano; ni siquiera a esos cafés presumidos, tipo Cappuccino o 1916. Me refiero a esos lugares en los que la lectura se mezcla con la conversación de los amigos: Sa Llotja, Café Lírico, Al Vent del Mon, Antiquari, Librería de Babel, Café des Teatre, Sa Botiga des Buffons. Lugares tranquilos, de candiles amarillos y mesas personalizadas; zonas de enorme respeto mútuo, en las que conviven nacionalidades, culturas, ideologías diversas. Lugares de encuentro para aquellos que tienen en común el gusto por los libros.


Los cafés son una de esas mil razones para enamorarse de Palma. Sólo conozco otra ciudad capaz de tener tantos: Viena. Allí el café se adorna con trozos de tarta y periódicos de todo el mundo, provisionalmente “encuadernados” en tablillas de madera que cuelgan de un perchero circular. Landtmann, Sperl, Korb, Leopold, Celsior... y mi favorito: el Café Museum, en el Operngasse. Mi amiga Lucia Pessot y yo nos hemos sentado alguna vez en una de esas mesas oscuras de madera.

Bajé la cuesta de la Pol, subí por el carrer d’Arabí; me detuve en Margarita Caimari. Con la luz ténue y amarilla de los faroles, reviviendo las épocas pontevedresas en que jugábamos a las canicas frente al edificio de Hacienda al salir de la clase de inglés. O aquellos años de Santiago, sentada en el Metate con mis amigas Mery y Betina; o con los amigos de la Escuela de Práctica Jurídica. Contemplándolos desde fuera, sin meterme en ninguno.

Entré en un centro comercial y me “probé” el “Eau de Rochas”, frente a la mirada fulminante de la dependienta, que ya me conoce casi de memoria. Saqué del bolso una botella de agua y me senté frente al comercio, aprovechando el frescor de la noche.

Y volví a casa pensando en la jornada de mañana.





Copyright Luisa Fernández Baladrón

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