Te tumbas sobre la arena, con la ropa aun puesta,
con los pies descalzos, de cualquier manera. Fuera modas de playa,
turistas de agosto, vidas perfectas, personas inteligentes. Al
Molinar no le importan tu aspecto ni tu edad.
La paradoja de este lugar es que ha sido comprado
por los ricos y sigue siendo usado por los pobres. Quienquiera que
haya comprado esos raquíticos pisos millonarios no lo tendrá muy
fácil para recuperar lo que ha invertido: ni para alquilarlos a
precio de oro ni para venderlos obteniendo ganancia. El que puede
pagar esos precios no acepta vivir en un lugar pequeño. Así que, de
momento, mientras nuestros estadistas no decidan ponerle puertas al
mar, aquí seguimos recuperándonos del resto del día, de la semana:
en el lejano jardín de nuestra casa. Esa en la que cerramos la
puerta de entrada y abrimos las de dentro; en la que nada nos afecta.
Mañana empieza otra vez el combate. Y puede que
también esa intención de devastar la ribera construyendo un puerto
tan grande como innecesario. Pero hoy la conquista es nuestra. Aun
tenemos Molinar para patinar, nadar, caminar y disfrutar del paseo en
bicicleta.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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