Los
comienzos siempre han sido algo extraordinario. Por eso me gusta
tanto el mes de septiembre, ya desde que era pequeña. Septiembre
huele a libros de texto recién estrenados, al nuevo aula, al
reencuentro con los compañeros. Es un mes que te entrega un cuaderno
en blanco en el que puedes empezar a escribir: un inicio.
Comenzar
es motivante, pero también puede ser duro y exigente. Tras una
semana de tensión, ayer, viernes, al salir del trabajo, me hacía
falta una de esas bebidas que te dan alas. La oficina es un tentador
lugar de trabajo, pero también puede ser una jungla a la que no todo
el mundo sobrevive.
Fue
entonces cuando me acordé de un consejo de Dª Victoria Moreno, mi
profesora de literatura:
-
Lo
mejor contra la tristeza es un buen bocadillo de jamón.
Montada
en la misma bicicleta con la que voy a trabajar por las mañanas,
partí en busca de una Coca-Cola light y un cordon bleu con patatas y
ensalada. Me tomé dos minutos para contemplar el plato cubierto por
el cordon bleu, a su vez, semi cubierto por la guarnición. Para
cuando terminé de comer ya se habían disipado todas mis
preocupaciones. Es el poder de lo que entra en el estómago.
Con
renovados ánimos, caminé con
la bicicleta a un lado, escuchando la gaita de Susana Seivane,
recordando tantas ocasiones en las que la comida ha sido nuestra
excusa y nuestro punto de encuentro: aquella
ocasión en la que mi amiga Christine Muhl me invitó a degustar una
cena asiática preparada por ella y por Irisade en su piso de
Frankfurt; las veces en que nos reuníamos en casa de Maite
Bustamante, cuando estudiábamos Derecho; las veces en que nos hemos
reunido en casa de Betina, por las noches, después del trabajo. Hay
algo mágico en ese ritual de comer con y para los amigos; de
reunirse en una cocina para organizar alguna celebración en la que,
al final, siempre acaba por haber “demasiados” cocineros:
conversando, discutiendo cualquier tema, picando de vez en cuando,
arruinándose mútuamente los platos preparados (dos que echan sal;
tres que no se ponen de acuerdo con la cantidad de jengibre).
Y
hay algo curativo en lo que comemos, cuando lo comemos con ganas, en
confianza, entre amigos. Ahora entiendo por qué los romanos usaban
la comida para invocar a los muertos. Hay caldos que resucitan
difuntos.
Lo
mejor contra la tristeza es un buen bocadillo de jamón.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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