Eran casi las siete cuando llegué
al Portixol subida a la bici con vestido formal y sandalias de tacón.
Los demás estaban en el puerto, terminando las explicaciones
teóricas; simulando un rescate “en seco”. En el suelo, Nacho, el
monitor, metido en un kajak, con otra canoa sobre su regazo.
- No te cambies ahora: - me dijo -
escucha esto atentamente: el kajak que rescatamos tiene que quedar
con la popa hacia nuestra proa.
Y lo retiró hacia un lado, haciendo
una tijera. Una de las compañeras, Nanda, se sentó sobre la popa
del kajak “rescatado”, dando saltos hasta sentarse en la bañera.
Lo mismo hicimos después los demás, por turnos.
Salimos rápido a navegar, a última
hora de la tarde. En realidad, todos los demás podrían haber
zarpado mucho antes, pero estaban haciendo tiempo, alargando la
teoría de forma innecesaria. Todo para para darme a mí, que acababa
de salir del trabajo, la oportunidad de seguir la última clase del
curso. Nadie comentó nada al respecto, pero era evidente. Un
detallazo por su parte.
Tanta fue la prisa por salir que
cogí el kajak de otro por equivocación. Por fuera eran iguales.
Pero dentro, cada uno estaba adaptado a una altura diferente.
- Tenemos que intercambiarlos cuando
salgamos del puerto.
Paleamos con la proa hacia las olas.
Fuera del puerto, la mitad saltó al mar, sin volcar el kajak, y la
otra mitad ayudó a rescatar. Luego cambiamos los papeles. Después
vino una prueba de supervivencia, dejando al kajak sólo, por un
momento, al lado de las rocas. La guinda fue rescatar a Nacho, quien
se subió al kajak diréctamente sobre la bañera, trepando por la
proa de mi embarcación.
- Vaya cara de susto que tienes! -
Me dijo, muerto de la risa.
Paleamos hacia el puerto, todos
juntos, mientras caía la noche. Recogimos las canoas, las palas y
chalecos. E hicimos planes para el siguiente curso, durante todo el
año, los sábados en Portixol o los domingos en Santa Ponsa.
Intercambiamos los teléfonos, las impresiones y los planes de
futuro.
Y volvimos a casa, en bicicleta, con
la ropa mojada y la mochila a la espalda.
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Copyright Luisa Fernández Baladrón
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