Wednesday 27 January 2016

EL MENDIGO EJECUTIVO



Pues sí: resulta que hoy por la mañana, apurando el paso para hacer algunas copias del material para mis alumnos, me lo encontré sentado en la Plaza de España, frente a las escaleras mecánicas de acceso a la estación de tren. En traje de faena, sobre una manta arrugada y con su cartel-reclamo: “soi-un-probe-ombre-i-tengo-5-hijos-por-vafor-una-alludha”. Me tocó verlo en el momento de la pausa, ese en el que los funcionarios se toman las once: fumándose un cigarrillo y hablando de negocios por su móvil de última generación. Inconscientemente eché un vistazo a sus zapatos. Y, sí, eran más nuevos que los míos.

La sociedad ha convertido en negocio hasta el hecho de hacerse viejo. Cualquier cosa vale: un buen experto en márketing disfraza de amable hasta lo más odioso. Ésto es realmente hacer de la necesidad virtud.

El descaro creciente no es cosa nueva. Allá por el 2004, cuando todavía vivía en Frankfurt, una amiga me contó que esa misma mañana había visto cómo una furgoneta “descargaba” a los mendigos de Konstablerwache y los colocaba, uno a uno, en sus respectivas posiciones de trabajo. Su testimonio explicaba cómo personas totalmente impedidas llegaban cada día a la misma posición y se retiraban puntualmente en cuanto cerraban los comercios.

Sin necesidad de salir de nuestras fronteras, los que hemos tenido la fortuna de vivir en Madrid en algún momento hemos oído el mismo discurso y la misma selección musical de cada uno de los indigentes que entraban al metro a pedir limosna. Un discurso aprendido de memoria con una música acompañada de un buen aparato de música: altavoces y “sound-in-a-band” incluidos.

Y he aquí que, justo cuando estaba reflexionando sobre la profesionalización de la mendicidad, apareció uno de los más habituales. Un señor alto, de unos cincuenta y tantos, que siempre pide “una ayudeta” de forma agresiva, acercándose para asaltar a su víctima con la intimidación y propinando con insultos a quien no se la da.
  • Una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta, una ayudeta...
Acordándome del héroe de la bicicleta, le contesté con la misma moneda:

  • Dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí, dámela a mí...
Al mendigo le dio tremendo ataque de risa.

Y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho.





Copyright Luisa Fernández Baladrón

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