Wednesday 27 January 2016

UN DÍA COMPLETO




Hace once minutos que es miércoles y, en realidad, debería de irme ya a la cama para descansar lo suficiente antes de mi tercer día de trabajo. Pero tengo mono de Facebook: de contar las peripecias del día y de leer los avatares de otros.

Hoy he ido a la central a hacerme la foto de la tarjeta de visita. He ido lo más temprano posible, para poder incorporarme a un curso sobre un software nuevo que están introduciendo ahora mismo. He realizado todo un despliegue de maniobras hacia adelante y hacia atrás para aparcar el coche en batería. Y eso que en la central tienen un montón de plazas de aparcamiento anchas como las camas de matrimonio de dos plazas y media. Dos compañeros estaban fumándose un cigarrillo antes de empezar el día (fue mucho antes de las nueve, por lo tanto, antes de la hora de entrada) y, los pobres, tenían una expresión de “lo-veo-y-no-lo-creo”. Eso sí, finalmente lo conseguí. Y me hicieron la foto muy temprano. Y pude llegar a tiempo al curso.

Ha sido tanta información nueva que, mezclada con la de ayer, ha formado un batido de fresa y chocolate. Hacia las dos no veía el momento de salir a despejarme. Llevaba una gran dosis de preocupación en el cuerpo, todo hay que decirlo. Pero me metí en el super y compré uno de esos refrescos que llevan la sonrisa incluida. Y me senté frente al puerto, mirando al mar. Un mar cerrado, tranquilo, relajante. Eso sí, lleno de manchas de aceite... pero relajante. El mar, no el aceite.

Me quedé bajo el sol. Un sol de justicia. De estos que vemos a menudo en Mallorca y que le caen tan mal a los dermatólogos y tan bien a la casa Coppertone. Cuando volví al trabajo, tenía las pilas cargadas. Empecé a preguntar “y ésto cómo...?” “y aquello, qué...? Y el motor interno comenzó a calentarse. A hacer ese rodaje que hacían antes los coches. De ese que le hacía llevar un cartel en la ventanilla trasera: “en rodaje”. Ahora ya no se ven esas cosas. Qué nostalgia de siglo veinte.

Me divertí resolviendo mis primeros dilemas. Y la tarde se fue deprisa.

Volví a Palma en el coche verde. Esta vez en menos tiempo y más segura del camino. Aparqué el coche en Portixol y llegué al curso de kajak, que ya estaba más que mediado. Cuando logré cambiarme de ropa, ya estaba entrando el último en el agua. Y entonces hice lo propio. Paleamos hasta el Molinar y estuvimos dándole la vuelta al kajak en la orilla, con los pies en la tierra, para aprender a vaciarlo. Y subiéndonos y bajándonos una y otra vez para hacerlo con soltura. Hasta ahora nos habíamos subido en el embarcadero, con el kajak en el agua y las manos en el puerto. Pero tocaba hacerlo en la playa.

Y, entonces, el monitor se percató de que estaba haciendo trampa.

  • No, no, no. Esa no es la forma. Aunque tu cuerpo te lo permita, eso es peligroso.

Cogió la proa de mi kajak con la mano y le dió la vuelta, arruinando de una vez por todas el escaso maquillaje que todavía no había perecido desde la mañana temprano. Empecé a pestañear con cara de Charlie Rivel.

  • Así no se te olvidará cómo tienes que subir correctamente – argumentó el monitor.

Cuando volvimos al puerto estaba anocheciendo. Es un lujo ver el atardecer desde el mar. Sentada en el kajak, paleando despacio; disfrutando de estar aquí en este momento. Hablando con los otros de kajak a kajak sin hacer gran esfuerzo.

Subimos las piragüas al puerto. Las colocamos en su sitio, dándoles la vuelta, para vaciar el agua. Y, mientras hacíamos estiramientos, acabó de hacerse de noche. Se oyeron planes de café después de la clase del jueves, la última del curso. E invitación para salir con “los mayores” el viernes por la tarde (lo veo difícil durante esta semana).

Me subí al coche y conduje hasta casa. Aparqué con un poco más de soltura. Y subi aprisa las escaleras, todo lo rápido que pude para abrir, una vez más, la puerta de la casa “Facebook” a tomar contacto con todos. 





Copyright Luisa Fernández Baladrón

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