Sí que
existen y han pasado a visitarme. Y han venido con el mejor de los
regalos: un convite navideño con larga sobremesa. Una charla de más
de cinco horas en la que fueron encendiéndose sucesivas luces
mientras caía la tarde y luego la noche. Una plática libre, con
libertad de pareceres, con opiniones propias. Una ducha caliente para
el alma entumecida. Como uno de esos días fríos en los que llegas a
casa contraído y te arropas en la calefacción, la manta, el té y
el pijama de felpa. Tertulias abiertas y sin reprobaciones que nos
devuelven a la condición de personas.
¿Dónde
se esconden las veladas de Santiago? ¿Las reuniones improvisadas en
la casa de Maite; los encuentros diarios en la casa de Bettina; las
conversaciones en el intermedio de clase? ¿En dónde está la gente
que habla? En los últimos años, los encuentros se han convertido en
un vis a vis de pantallas y mensajes. En parejas que no hablan;
compañeros de viaje con auriculares, espejuelos y capucha; vecinos
que no se conocen; cajeros de supermercado que no te miran;
excursiones anónimas de cincuenta desconocidos; en marcas ambulantes
carentes de rostro; en conocidos que buscan parejas en internet.
Y, de
repente, alguien habla y, además, dice lo que piensa. Varias
personas intercambian su opinión con libertad y cortesía. Y piensas
que ser humano es un regalo. Y recuerdas aquellas épocas en las que
la conversación era el adorno de un día lleno de motivación y de
esfuerzo. Y agradeces la compañía, la vida, el trabajo, las
escaleras de la oficina y hasta el último de los clientes.
A Sus
Majestades de Oriente les pido un año lleno de opiniones, de
motivación y de tertulias.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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