Cuando, allá por los 70, se nos dio por empezar
con los idiomas, nadie hablaba de nativos; sólo de profesores de los
que se aprendía todo lo que podía aprender. Entonces no había
ordenadores, ni TDA, ni derechos de los estudiantes: sólo interés y
estudio de la fonética.
De repente, la gente ha empezado a exigir el sello de calidad, la
marca de origen. Y cuanto menos tiempo ha dedicado el alumno en su
vida al estudio más exige éste que su profesor sea autóctono y,
preferentemente, joven. Es así como empleados de supermercado
australianos, barrenderos parisinos, señoras de la limpieza belgas,
lavanderas chinas y mendigos alemanes han accedido diréctamente al
terreno de la docencia al poner el primer pie sobre el suelo español.
Muchos jóvenes “nativos” en alemán, educados
en la isla de Mallorca, nunca han leído ni escrito absolutamente
nada en este idioma. Por eso son incapaces de aprobar un examen
oficial. Aun así, muchos imparten ese idioma en el que, ellos
mismos, serían incapaces de superar un examen.
Los hispanos preparados han empezado a adaptar su
producto al gusto del cliente. En los últimos tiempos, he conocido a
un profesor de “California” que parecía más argentino que
americano; a una profesora londinese cuyo acento era una mezcla de
australiano con congoleño o a una profesora sudafricana que hablaba
el inglés con un variable acento entre británico, americano y
sudanés. La denominación de origen nos obliga a volver sobre
nuestras experiencias, nuestra familia y nuestra nacionalidad.
Hoy he tenido una pequeña entrevista para un
trabajo “extra” en una escuela. Clases de fin de semana o de
últimísima hora de la tarde. La persona que me entrevistaba repitió
varias veces durante la entrevista que en su escuela sólo podía
contratar a nativos. Honestamente, si decidí continuar hasta el
final esta charla de dos horas para una posición que daba por
perdida fue, únicamente, por ganas de practicar el inglés.
A las tres de la tarde, cuando ya me marchaba a casa en mi bicicleta,
la directora me comentó me preguntó si aun tenía interés en el
trabajo. Fue entonces cuando ella misma propuso la aplicación al
producto de los principios de Kottler:
-
Busco a alguien como tú, pero vamos a tener que cambiar un poco tu biografía.
Ahora me llamo “Louise” y mi madre es inglesa de Hastings.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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