Una vez más, los medios
de comunicación nos atacan con un asunto de acoso escolar.
El hostigamiento infantil no es cosa nueva. El que ha tenido la oportunidad de ser extranjero durante su infancia sabe perfectamente lo que es la persecución, no ya de algún grupo que otro, sino incluso de algún profesor al que no le gustaba su acento. Pero ninguna humillación entre niños ha llegado a desconcertarme tanto como las que, cada vez más, se cometen entre grandes y en el entorno laboral.
Desde el líder de ventas que convoca una reunión con todo su equipo para decir que cierto trabajador es el PEOR del día hasta los compañeros que gritan, insultan o faltan al respeto a un miembro concreto del equipo ante la total pasividad del superior inmediato. Otras veces son los camaradas quienes dicen al nuevo que su turno acabará únicamente cuando se termine todo el trabajo pendiente o incluso un jerarca que acusa a un empleado de tener problemas de socialización. Los adultos, cuando queremos, podemos ser expertos en aversión. Muchos de estos casos terminan con un despido o una dimisión y, en ocasiones, con la necesidad y la calle. No sé si alguna vez te has parado a pensar cómo ha podido llegar hasta ahí ese hombre de barbas que duerme sobre un banco en la Plaza de España.
La enemistad irracional entre compañeros de trabajo ha aumentado en la misma proporción en que la resistencia a la frustración de nuestros jóvenes ha disminuido. Nos guste o no, el hecho es que los adolescentes del año 2016 son más delicados que los de 1976, aunque el ambiente que viven sus padres en el empleo sea cada vez más miserable.
¿Qué será de una
generación impresionable a la que espera una jungla en la oficina?
Reflexionemos sobre el futuro que queremos para estos jóvenes y tratemos bien a los compañeros de trabajo.
Un abrazo para todos y uno muy especial para mis amigos Antonio Ontiveros, Mary y Pascual, que han amenizado el sábado con su conversación, sus pasteles... y hasta una botella de champán.
Copyright Luisa Fernández Baladrón
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